No me daba el cuerpo
para tener más sexo, no tenía ganas, quería dormir, descansar, olvidarme del
carrete, de la noche, de las luces azules, de las drogas y el copete, para mí
recién se acababa la jornada, no quería saber nada del mundo, a eso súmenle el
mareo, las ganas de vomitar y la angustia. Pero ahí estaban esas manos buscando
mi cuerpo, la famosa mañanera porque era de día.
No sé a qué hora llegó
a mi casa, seguro se vino del bar con Vicente esperando que yo estuviera ahí.
Se acostó en mi cama a esperarme y se quedó dormida. Cuando llegué despertó,
como no éramos pareja, ni nada parecido no estaba enojada por la hora en que me
digné a aparecer. Todo lo contrario, quería sexo, para eso me fue a buscar.
La verdad, me costó
varios minutos saber quién era. Mi pieza estaba oscura, con las cortinas
blackout abajo, la intentaba mirar fijo, pero la veía doble, mi cara debe haber
sido un espectáculo, me dijo soy la Andrea. Qué
Andrea, qué Andrea, qué Andrea, recorrían diferentes rostros por mi mente,
no lograba relacionar su cara con su nombre, hasta que como un flash divino me
acordé. Meses atrás habíamos tenido un cuento, una noche de sexo recorrido y
furibundo,- como dice Vicente, mi compañero de departamento y mejor amigo de la
infancia, ambos desarraigados de nuestras familias, de eso les contaré más
adelante-.
El ¿qué haces aquí?
Me salió del alma. La verdad fui bien desagradable, ella me miró extrañada, entre
impactada y molesta. Habíamos quedado de juntarnos, me dijo. Yo no tenía ni la
más puta idea de a qué se refería. ¿Yo la invité a mi casa? Y bueno, podía ser,
todo era posible en mi mundo. Volvió a insistir, intentaba levantarme la
polera, tocarme, metía sus manos bajo mis calzones. Tomó una de mis manos y las
puso bajo los de ella.
Listo, cansancio olvidado,
no me acordaba cuando le había dicho que nos juntáramos, pero en ese preciso
momento supe por qué, era una mujer maravillosa increíblemente atractiva y
sexy. Me envolvió en su cuerpo, yo a ella en el mío, nuestras respiraciones se
sincronizaron, besos suaves, el roce de nuestros labios, recorrí cada espacio
de su piel suave, cada rincón, lento, agitadas, escuchándonos y sintiéndonos.
Después de un rato,
no sé cuánto, les mentiría estaba agotada, relajada, sonriente, me abrazó y así
me quedé dormida. En algún momento ella se levantó y se fue, no tengo idea a
donde, ni que hacía por la vida. Seguro por la edad debe haberse ido a la
universidad. La verdad no lo sé.
Claro que al
despertar la cosa no fue tan maravillosa, me dolía todo, la cabeza, el cuerpo,
la angustia reapareció, el corazón me latía a mil por segundo. Abrí las cortinas de mi
pieza y ya estaba oscuro, llovía a cántaros y el frío era intenso. Una
sensación comenzó a oprimirme el pecho, sentía que las paredes de mi habitación
se abalanzaban hacia mí, que me impulsaban a lanzarme por la ventana. Claro que
vivía en un segundo piso, no iba a sacar mucho más que un par de moretones y
algún hueso quebrado. Así que obviamente contuve el impulso, en vez de eso,
decidí salir, ir al bar. Tomarme un par de tragos y dejar todos esos
sentimientos guardados en el fondo de mi mente. Caminé cerca de una hora bajo
la lluvia, ya estaba completamente oscuro, nunca me imaginé que esa noche cambiaría
completamente el curso de mi vida.
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