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domingo, 26 de enero de 2020

Capítulo X (Tercera Parte)

Tres meses y medio de Agustina en la cárcel – Casa de Daniela

Daniela se paseaba como alma en pena por su casa, la relación con sus padres estaba menos tensa, sin embargo, aún no la dejaban ir a ver a Agustina, sólo mantenerse informada de los avances de su causa a través de Vicente y la abogada. Cada día la extrañaba más, por la noches se dormía añorando poder en sueños trasladarse  hasta ella, se imaginaba juntas recostadas sobre la cama conversando, planeando el futuro, viajes, estudios, trabajo, formando un hogar de las dos, una familia. 

Durante el día intentaba matar las horas leyendo o viendo televisión por lo general con la mente plantada en Agustina. Fue en uno de esos momentos que aparecieron en la puerta de su habitación Vicente y Andrea, en sus semblantes se notaba la rabia y la preocupación. Daniela se sentó sobre su cama y los hizo pasar. 

Los jóvenes sin preámbulos le lanzaron un balde de agua fría: fue Josefina quien denunció el movimiento de drogas en el bar, fue ella quien le contó al novio de una de sus amigas de la Universidad perteneciente a la PDI (policía de investigaciones) que Félix y Agustina le vendían cocaína a los clientes. Fue la misma Josefina quien en un ataque de honestidad y mucha culpa le confesó a Andrea lo que había hecho. Jurándole que jamás imaginó que sus palabras terminarían con ambos en la cárcel: “Sólo me estaba desahogando, contándoles a mis amigos como la Agus me fue infiel, el daño que me hizo y entre medio les dije que era una drogadicta y narco de el bar pero de verdad fue de rabia y frustración nada más, no fue para que pasara todo lo que pasó” Parafraseo Andrea las palabras de Josefina. 

Daniela se tapaba la cara con las manos, no podía creer lo que estaba escuchando, es que a pesar de todo Josefina fue durante toda su vida su mejor amiga, y aunque asumía que ella fue la primera en traicionarla al enamorarse de Agustina le era imposible comprender ese nivel de maldad, de daño. 

- Por favor que Félix no se entere de esto porque la va a matar, les dijo a ambos. 

- Se entera y corre sangre, afirmó Vicente. 

- Yo creo que esto lo podemos arreglar entre nosotros sin que ninguno de los dos se entere, continuó Andrea. 

- Esto me lo dejan a mí. Sentenció Daniela. Que en realidad no sabía qué hacer, solo sentía unas ganas incontrolables de matar a Josefina. 

En eso apareció el padre de Daniela quien venía por primeras vez en meses totalmente sonriente. 

- ¿Ya le contaron? Preguntó mirando a Vicente. 

- No, lo estábamos esperando a usted, respondió el joven. 

- ¿Qué pasa ahora? No me asusten saltó Daniela. 

- Vístete que vamos a salir. Respondió su padre. 

Daniela no tenía ganas de hacer nada, sólo de ir a casa de Josefina y arrancarle los ojos, sin embargo y ante la insistencia de todos en su habitación, incluida su madre que desde la puerta la animaba a levantarse, se puso unos jeans y un chaleco que tenía sobre una silla. 

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A las 20 horas de esa tarde. En la cárcel. 

Se supone que debía estar contenta, por fin acababa esa pesadilla, sin embargo en su interior guardaba un extraño sentimiento. Fabiola no tenía tanta suerte y lo más probable es que su condena duraría varios años y tampoco alcanzó a despedirse de Dara. 

Besos, abrazos, golpecillos en la espalda y varios “no te quiero ver nunca más por aquí” acompañaron a Agustina en su camino hacia la calle. Por fin, estaba en libertad, por fin volvería a ver a Daniela. Por momentos el miedo la inundaba ¿sería capaz de hacer las cosas bien? ¿De cumplir el trato con el padre de su novia? Inmediatamente frente a las dudas buscaba en su memoria las palabras que tantas veces le repitió Dara: “nada es imposible si lo deseas con fe y desde el corazón”. 

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Casa de Daniela, esa misma tarde

Daniela los echó a todos de su pieza con la excusa de que la dejaran vestirse, tomó su teléfono y llamó a Josefina, después de varios repiques la llamada pasó a buzón de voz: 

- Además de mierda eres una cobarde, ni siquiera te atreves a responderme el teléfono. Te juro Josefina que esto no te lo voy a perdonar en mi vida y ten cuidado porque todo el daño que uno hace se devuelve y con creces. Dijo gritando para luego cortar. Al tiempo que se escuchaban los gritos de su padre intentando apurarla.

Daniela bajó las escaleras desganada, no quería salir de casa. Vicente y Andrea se despidieron apurados.

- Llámanos en la noche cuando llegues, le dijo Andrea. A lo que Daniela asintió con un movimiento de cabeza. 

Se subió al auto con su padre mientras la madre y hermanos los observaban desde la puerta. 

- ¿Papá adónde vamos? No tengo ganas de salir. 

- A dar una vuelta, necesito conversar contigo de algo importante. Respondió su padre. 

Daniela permaneció en silencio, mientras su padre manejaba alejándose cada vez más del barrio y la casa hasta llegar a la cárcel de mujeres donde estaba Agustina. 

- ¿Qué hacemos aquí papá? Preguntó Daniela. 

Su padre le tomó la mano acariciándole los dedos. 

- Hija pasó algo. 

- ¿Qué? Preguntó la joven con pánico en el rostro. 

- Es mejor que lo veas por ti misma. Respondió el padre apuntando la mirada hacia la puerta principal de la cárcel. 

Al voltear Daniela vio salir a Agustina desde el gran portón que por meses las mantuvo separadas. Miró asombrada a su padre quien le hizo un gesto para que bajara del auto y fuera a encontrar a su novia que miraba de un lado a otro como desorientada. 

Al verse ambas corrieron para abrazarse, se miraron como reconociéndose, Agustina acarició suavemente el rostro de Daniela quien se acercó para darle un apasionado beso. Se sentía como despertando de la peor de sus pesadillas. Su corazón latía fuerte, las lágrimas comenzaron a correr por los rostros de ambas chicas, que sonreían repitiendo una y otra vez “te amo” un te amo que sabían duraría toda la vida. 



jueves, 23 de enero de 2020

Capítulo IX (Tercera Parte)

Dos semanas después de la carta de Daniela


Los días eran largos y tediosos en el centro de detención femenino. Sólo Fabiola y Dara ayudaban a que el paso del tiempo no se convirtiera en una cada vez más potente insinuación al suicidio.

Ya hace dos semanas que Agustina no tenía noticias de Daniela y estaba comenzando a perder la razón ¿Esa carta era una despedida? ¿Debía aprender a vivir con el recuerdo de sus abrazos, de su voz y de su piel? ¿De ahora en adelante sólo volvería a sentirla en sueños e ilusiones? Agustina se estaba ahogando en su desesperación.

Aunque al principio tuvo algunas dudas por su religión, finalmente y sobre todo llamada por la necesidad de hablar con alguien le contó todo a Dara, quien se convirtió en su amiga y confidente. La desesperación del encierro se había transformado en miedo a no volver a ver a su Dani y desahogarse, hablar de ella con alguien a esas alturas ya era una obligación.

Poco a poco fue asumiendo su responsabilidad en todo lo que estaba viviendo, el dolor de haber dañado de tal manera a quienes más quería la estaba consumiendo y Dara siempre estuvo ahí para acompañarla y escucharla. Le preguntaba cosas, de su infancia, de su vida, de cómo descubrió su homosexualidad, del amor y de Daniela. Por momentos Agustina llegó a pensar que Dara también quería contarle cosas, que sus preguntas iban más allá de mera curiosidad, más allá de su labor como evangélica, como enviada del señor. Pero nunca se atrevió a preguntarle.

Para Agustina sus padres eran otro tema, uno que pensaba no tenía solución, estaba segura que todo lo que ella era les molestaba, los perturbaba y que preferían tenerla lo más lejos posible de sus vidas. Muy dentro en su corazón los extrañaba, sobre todo por las noches frías y silenciosas en la cárcel añoraba el abrazo de su madre, los cariños en la cabeza de su padre, como cuando era pequeña y se encontraba enferma, algo que en su infancia fue más común de lo usual. Muchas veces llegó a pensar, ya de adulta, que sus constantes fiebres de niña eran los gritos de su alma que anhelaba liberarse, ser aceptada por quien y como era. Algo que en su familia no estaba permitido, por lo menos no para una persona como ella.

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Dos semanas sin ver a Agustina, sin poder llamar a Vicente para avisarle que sus padres la tenían secuestrada en su propia habitación. Sin celular, sin computador, sin contacto con el mundo exterior. Daniela comenzaba a perder la razón, se pasaba el día acostada, llorando, desfalleciendo. Su madre le subía bandejas con comida que apenas tocaba, todos los días intentaba hablar con ella, explicarle que todo lo que hacían era por su bien, para protegerla de un mundo que no le correspondía, para el que no la educaron, pero Daniela se negaba a escucharla, ellos no conocían a su Agus, no tenían idea de quién es y de cuanto se querían.

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Miércoles 10 de la mañana tras un mes sin ver a Daniela 

Todo su módulo tenía visita. Las chicas desde temprano comenzaban a arreglarse para recibir a sus familiares, parejas y amigos. Agustina estaba acostumbrada a no recibir el llamado de gendarmería, a que no la hicieran “sonar” en jerga penitenciaria. Sin embargo, esa mañana escuchó su nombre. Al principio dudó, sin embargo volvieron a llamarla, así que salió entre sus compañeras para recibir a quien fuera que la esperaba. Frente a ella y ante su impacto estaba el padre de Daniela a quien se acercó tímidamente.

Al principio el saludo fue frío, notaba en su mirada el rechazo y desprecio que le decían cuan decepcionados estaban, tanto él como su familia de ella.

- Mira Agustina, primero quiero que sepas que Daniela tiene prohibido venir a verte, no quiero y no voy a permitir que mi hija se involucre en un mundo como este, pero no está bien. Está destrozada. Desde que caíste presa que no hace más que llorar, ya no se levanta de la cama, congeló su escuela de teatro y ya casi ni habla. Por eso vine, porque quiero saber qué ve en ti y por qué le importas tanto. Le dijo.

- No lo sé, ni yo entiendo por qué me quiere, pero lo que sí sé es que quiero cambiar, quiero merecer su amor, quiero sumarle, no restarle. Ya no consumo drogas, estoy juntándome con los evangélicos que vienen a vernos, estoy intentando reconciliarme conmigo, con mi historia y con mi futuro. Tengo clarísimo que ni en sus peores pesadillas se imaginó a alguien como yo para su hija, y yo misma le pedí que se alejara de mí. Pero ahora, a usted le pido, le ruego, que me dé una oportunidad de demostrarles a todos que puedo ser mejor, que puedo cambiar.

- Mira, yo no conozco tu historia, ni la razones por las que una chiquilla como tu terminó aquí, lo que sí sé es que tus padres te dieron la espalda y me imagino que debes sentir que Daniela hizo lo mismo. Por eso vine a hablar contigo, para que sepas que no es así, que fuimos nosotros los que le prohibimos venir a verte. Además tuve una larga conversación con tu amigo Vicente y con tu abogada, me contaron cosas de ti que yo no sabía. También intenté conversar con tu papá…

- Me imagino que eso no salió bien, lo interrumpió Agustina intentando disimular la tristeza en sus ojos.

- No. No salió bien Agustina, pero fue esa conversación con tu padre la que nos empujó con mi mujer a tomar una decisión y por eso estoy acá. Quiero hacerte una propuesta.

Agustina lo miraba atenta, con una mezcla de nervios y miedo, mientras el tono de voz del padre de su novia se iba suavizando poco a poco a medida que la conversación avanzaba.

- Bueno, tu abogada me dijo que muy pronto vas a salir en libertad, me advirtió que saldrás bajo un sistema que se llama libertad vigilada intensiva, que tendrás que ir al sicólogo, trabajar, estudiar y por sobretodo dejar de consumir todo tipo de drogas. Si tú eres capaz de cumplir con esas reglas que no serán impuestas por nosotros, sino que por el sistema judicial, nos gustaría que te vinieras a vivir a nuestra casa.

Agustina quedó atónita, jamás se imaginó que la conversación giraría en ese sentido. No pudo contener las lágrimas.

- Gracias, dijo tímidamente.

El padre de Daniela sonrió con ternura.

- Daniela va a estar muy feliz. Continuó.

- Y yo también. Y le prometo que no les voy a fallar. Que voy a convertirme en la persona que ustedes esperan para su hija. Dijo acelerada Agustina.

- Mira, no prometas nada, porque de verdad esta es una segunda oportunidad que te está dando la vida, no es justo que tan joven hayas terminado sola, que tus padres no te acepten por quien eres, para mí es una aberración y ¿sabes qué? Lo lamento profundamente por ellos. Pero ojo, acá la cosa no es victimizarse, es salir adelante y luchar por lo que quieres, por tus sueños, por ser cada día mejor. Continuó el padre de Daniela quien vio en la mirada de Agustina a una niña perdida y asustada en un mundo que en cierto punto se le vino encima acabando con sus sueños e ilusiones.

Al despedirse el hombre estiró su brazo hacia Agustina para sellar en un apretón de manos el trato con la novia de su hija. Luego la arrastro hacia él dándole un fuerte abrazo.

domingo, 19 de enero de 2020

Capítulo VIII (Tercera Parte)

Dos días antes, de madrugada

Daniela no lograba conciliar el sueño, la imagen de Agustina en la cárcel al estilo Orange Is The New Black o peor aún Vis a Vis, la atormentaba al nivel de provocarle espantosas pesadillas, la imaginaba en medio de peleas, siendo golpeada, abusada; todos los días se despertaba sudando, horrorizada. Lo único que le traía calma era el hecho de ya haber contactado a la abogada y tener la esperanza de que su novia podría salir en libertad.

Esa tarde se reunirían para cerrar el trato y comenzar a trabajar con Agustina. Pero antes Daniela necesitaba decirle todo lo que estaba sintiendo, desnudar su alma en una carta, sabía era la única manera en que conseguiría sacar de adentro todos sus sentimientos, pero por sobre todo, era la única manera en que Agustina la escucharía. Tomó un cuaderno y recostada sobre su cama comenzó a escribir pudiendo apenas contener las lágrimas.

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Dos días después

Agustina sube a su litera, ya era de noche. Poco a poco el módulo comenzaba a silenciarse, de fondo algunas chicas conversaban, otras ya estaban dormidas. La carta de Daniela la esperaba bajo su almohada, temía leerla, le daba pánico descubrir cuanto hirió al amor de su vida, peor aún le horrorizaba la idea de darse cuenta de que el daño, la grieta en su corazón se había transformado en un abismo imposible de cerrar.

Cerró los ojos por un momento y como hace años no hacía, le rogó a Dios que Daniela, en aquella carta no estuviera terminando con ella. Después de un rato tomó la carta, la acomodó frente a una luz que tenuemente entraba desde un foco que iluminaba la única ventana de la habitación, intentando a la vez buscar en su memoria la voz de su amada.

Mi Agus: 
muy pocas personas en el mundo han tenido la suerte de toparse de frente con el amor de su vida y reconocerlo. Yo soy una de ellas, y aunque al principio el miedo quiso alejarme de ti, el inmenso amor que siento fue más poderoso que cualquier otra cosa. Quizás te preguntes cómo lo sé. Bueno, es simple, lo sé porque cuando no estás conmigo me ahogo, la oscuridad me consume y el tiempo se detiene en mi interior. Porque cuando no te tengo me convierto en una mera espectadora de un mundo que no entiendo por qué sigue girando.

Yo sabía que amarte no sería fácil, pero yo no busco lo fácil, yo busco quererte, cuidarte, compartir cada día contigo, despertar cada mañana a tu lado y que seas la última persona a la que bese por las noches.

Sé que tienes miedo, que por momentos piensas en alejarme para protegerme, pero te propongo algo: toma fuerte de mi mano, atravesemos juntas esta tormenta, refúgiate en mi abrazo, en un abrazo que no tiene límites ni barreras.

Cada vez que te sientas sola, triste o asustada, cierra los ojos y encuentra mis labios, mis manos, mi cuerpo y ese abrazo que mantendrá fundidas nuestras almas. Así, cada día en tu ausencia yo lo hago. Busco en mi interior el recuerdo de cada momento que pasamos juntas, de las risas, de las noches enteras conversando, de la pasión que por momentos parecía repletar tu habitación, nuestra habitación, aquella en la que fundíamos nuestros cuerpos, aquella en la que no escatimamos en besos, caricias y abrazos, aquella que vio nacer nuestro amor. 

Te prometo que todo esto que hoy nos atormenta muy pronto se convertirá en tan solo un mal sueño y que volveremos a estar juntas, esta vez para nunca más permitir que nada ni nadie vuelva a separarnos. 

Te amo, tu Dani.

Entre lágrimas Agustina se quedó dormida. Durante la noche se despertó varias veces, empapada en lágrimas y sudor; en sus pesadillas todo era una nebulosa, se veía a la distancia recostada sobre la alfombra en un antiguo living, un hombre sobre ella levantando su falda, la penetraba, podía sentir el dolor, la angustia, el miedo. Luego, en un breve salto en el tiempo, ese mismo hombre, le entregaba una bolsa de cocaína, ella la abría nerviosa, le temblaban las manos, vaciaba un poco sobre una mesa. La aspiraba. Se veía caminando, tambaleando por las calles. Despertaba. Intentaba borrar esas imágenes de su cabeza pero le era imposible. No podía dejar de pensar, de recordar, la culpa la embargaba, un cosquilleo intenso comenzó a recorrer su cuerpo, sentía unas ganas incontrolables de gritar. Así, una y otra vez se dormía y volvía a despertar.

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A la mañana siguiente, en casa de Daniela 

Daniela bajó a desayunar tras varios llamados de su madre. Estaba somnolienta, con los ojos hinchados de tanto llorar, aletargada y silente. Estar en medio de las bulliciosas mañanas familiares le parecía una proeza difícil de superar. Sus padres la observaban preocupados al tiempo que enviaban a los niños a ordenar sus cosas para salir al colegio.

- Quiero que te alejes de esa niña para siempre. Soltó el padre en un desesperado aliento ante la mirada atónita de Daniela.

- Han sido demasiadas noches escuchándote llorar. Continuó la madre.

Daniela agachó la mirada, cerró los ojos esperando despertar de aquel mal sueño en el que estaba envuelta. Se levantó de la mesa en silencio para emprender camino hacia su habitación.

El padre la detuvo con una violencia inusitada en él.

- Te estamos hablando pendeja de mierda. Ya nos bastó con que decidieras estudiar teatro, con descubrir que frecuentabas lugares en el que el alcohol y las drogas son pan de cada día, con que salieras lesbiana, pero enamorada de una narcotraficante. No. Eso no. Así que tu famosa historia de amor se acaba aquí y ahora. Entendido. Dijo a gritos su padre.

Daniela no miró con desprecio.

- Enciérrame, pégame, has lo que quieras, pero a Agustina la voy a amar y apoyar en todo hasta el último día de mi vida. Le gritó ante la mirada aterrada de sus hermanos pequeños.

De un cachetazo su padre enmudeció sus palabras. Los niños lloraban, la madre intentaba sin resultado calmar la situación. Nunca en su familia el descontrol y la violencia se habían apoderado de aquella manera de una discusión.

Daniela lloraba de impotencia, le ardía el rostro, su cabeza daba vueltas, logró con fuerza zafarse de su padre para salir corriendo hacia su habitación. Logró por poco encerrarse con pestillo en ella, mientras su padre golpeaba con descontrol la puerta gritando que le abriera.

- Mejor. Quédate ahí encerrada, porque de esta casa no vuelves a salir hasta que yo lo decida. Gritó su padre, ya agotado al tiempo que Daniela sentía sus pasos alejarse.

viernes, 17 de enero de 2020

Capítulo VII (Tercera Parte)

Algunos días en la semana, durante la mañana iban los evangélicos a conversar con las internas, por lo general cuando eso ocurría Agustina y Fabiola se escondían en la habitación. Sin embargo, ese día ambas se quedaron en el patio escuchando las prédicas, un poco en broma, un poco en serio. Al rato Fabiola se aburrió y se fue, Agustina decidió quedarse ahí. Era como si aquellas palabras acerca de Dios la regresaran a los domingos de niña en misa junto a su familia y por un momento se sintió reconfortada, confiada y con esperanza.

- Hola, me llamo Dara, se presentó una joven de no más de 18 años, con una larga cabellera negra amarrada en una trenza que colgaba sobre su hombro derecho, sus ojos gris pardo resaltaban sobre su tez morena, usaba una blusa blanca un tanto anticuada abotonada hasta el cuello y una falda larga de color salmón.

Agustina la observó de pies a cabeza durante unos segundos antes de contestar.

- Yo soy Agustina.

- ¿Por qué delito caíste? Le preguntó Dara.

- Tráfico, respondió avergonzada Agustina.

- Bueno, me imagino que esta es tu primera vez así que vas a salir rápido, le contestó una positiva Dara.

Agustina le sonrió esperanzada al tiempo que una gendarme la llamaba para salir al abogado.

- Nos vemos la próxima semana Agustina. Alzó la voz Dara mientras la veía alejarse.

Agustina miró hacia atrás y le sonrió. Dara la observó desaparecer al fondo de un largo corredor.


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Entre los amigos y conocidos de Agustina y Daniela ya había corrido el rumor de que estaba en la cárcel junto a Félix por narcotráfico. El bar llevaba varios días cerrado y la gente había comenzado a hablar y especular. Así llegó a oídos de Josefina quien al enterarse cayó sentada sobre un sillón junto al ventanal del living de su departamento. Inmediatamente llamó a Andrea para preguntarle si era verdad.

Al responder el teléfono lo primero que dijo Andrea fue “sí, es verdad y no preguntes más”. A Josefina apenas le salía la voz y aunque le pidió a Andrea que le diera más detalles no consiguió sacarle más información. Durante meses le deseó lo peor a su ex, pero esto era mucho más de lo que podía imaginar. Intentó alegrarse, disfrutar el momento; sin embargo, un sentimiento de culpa comenzó a inundarla. Debía saber más, descubrir ¿qué fue lo que pasó? Y ¿cómo Félix y Agustina terminaron en la cárcel?

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 Como cuando trabajaba en el bar Agustina siempre estaba borracha o drogada, - en realidad la mayoría de las veces ambas -, a duras penas pudo reconocer la cara de la abogada que la esperaba sentada en una mesa al final de una amplia y ruidosa sala rectangular con murallas de concreto sin ventanas, demoró unos minutos en llegar a ella. La saludó avergonzada mientras sentía como un hielo intenso iba subiendo desde los dedos de sus pies hasta su cabeza, sentía pánico de escuchar lo que la abogada le tenía que decir.

- A ver Agustina, no te voy a mentir, tu situación es complicada. Mira en el papel arriesgas como mínimo 5 años y un día de cárcel efectiva.

Agustina quedó petrificada.

- Pero no te preocupes, porque la cosa no es tan así, mira ya hablé con Vicente y Daniela y me contaron más o menos como fue la historia. Y creo que lo mejor es que aceptes responsabilidad en lo que pasó.

- Pero yo no fui… La interrumpió Agustina.

- A ver ¿vendías droga en el bar? ¿Le llevaste alguna vez papelinas de coca a los clientes?

- Sí, respondió Agustina. De manera casi inaudible.

- Entonces no me mientas ni trates de engañarte a ti misma, tu sabías lo que pasaba en ese bar y participaste por lo que en vez de seguir retrasando las cosas voy a negociar un abreviado y como no tienes antecedentes y vas a declarar contando todo lo que pasó, te voy a dejar a tres años en libertad vigilada intensiva.

- ¿Qué significa eso? Preguntó Agustina.

- Significa que te vas a ir a la calle pero que vas a tener que cumplir ciertos requisitos como ir a un Centro de Reinserción Social en el que de seguro te van a poner en terapia por tu consumo problemático de drogas.

- ¿Y en cuánto tiempo me puedes sacar? Preguntó Agustina.

- Mira yo creo que en más o menos cuatro meses, puede ser menos pero necesito que me des tiempo. Ten paciencia.

- Me voy a morir cuatro meses acá, sollozó Agustina.

- Intentaré que sea menos, pero tienes que tener paciencia, haz cosas, no se métete a cursos, trabaja, intenta mantener la mente ocupada. Ahora fírmame esto y te voy a estar viniendo a ver para contarte como va todo y saber cómo estás.

La abogada se puso de pie, abrazó a Agustina y le pidió que tuviera fuerza, prometiéndole que no la iba a dejar sola. Le entregó además una carta que le envió Daniela.

- Espera, necesito hacerte una pregunta más. Replicó Agustina.

- Dime. Contestó la abogada.

- ¿Quién te está pagando? Acá adentro dicen que los privados son súper caros. Preguntó.

- De eso no te preocupes. Tienes buenos amigos y una mujer que te adora. Tú enfócate en sobrevivir acá adentro, del resto nos preocupamos nosotros. Además la Anto te conoce hace mucho tiempo y te tiene mucho cariño, te mandó un abrazo.

Agustina abrazó sobre su pecho la carta de Daniela. La culpa repletaba sus sentidos. Nunca iba a lograr entender como esa guapa, dulce y maravillosa mujer pudo fijarse en ella.