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jueves, 25 de febrero de 2016

Capítulo IX

Su aliento y el mío se fundieron en uno. Rozaba sus labios con la legua. Podía sentir los latidos de su corazón bajo mi pecho, comencé a recorrer su cuerpo con los dedos, sus brazos, cuello, pecho y vientre. Sudor, humedad, respiraciones agitadas. Comencé a bajar poco a poco besando cada lugar que encontraba en el recorrido. Abrí sus piernas, mientras ella como en un acto reflejo contrajo el abdomen arqueando levemente la espalda. Tenía un sabor distinto, más dulce, acariciaba mi cabeza mientras su respiración se aceleraba, sus músculos se apretaban. Se aferró a una de mis manos mientras soltó un pequeño grito seguido de un suspiro. Subí, la besé suave en los labios y me quedé ahí sobre ella unos minutos mirando sus ojos que brillaban. Me acarició el pelo. Me volteó para quedar encima de mí.

-          ¿Puede ser qué me esté enamorando? Me preguntó.

-          Te amo. Le dije.

Apoyó su cabeza en mi pecho y nos quedamos varios minutos en silencio. Desde el día en que la vi por primera vez la deseé y al mirar sus ojos, ahí fijos en los míos  me di cuenta de que esa sensación iba a durar toda la vida.

Tenía ganas de llorar. De retroceder dos meses en el tiempo. De jamás haberme acercado esa noche a bailar con Josefina. De no haber empezado una relación con ella. O de que el destino me hubiera puesto a la Dani al frente primero. Pero ahora la tenía ahí recostada en mi pecho, desnuda, enamorada, a escondidas.

-          ¿Qué vamos a hacer Dani? Le dije.

-          No sé Agustina, no tengo idea. Me siento tan culpable, esto la Jose no me lo va a perdonar nunca.

-          Voy a terminar con ella. Le dije. Es lo más sano.

-          ¿Te das cuenta que va a llegar hecha mierda a llorar a mi casa? A buscarme para que la consuele, ¿con qué cara la voy a mirar? Me dijo.

No sabíamos qué hacer. ¿Convertirnos  en amantes? ¿Ver cuánto tiempo logramos escondernos? Como siempre había logrado convertir mi vida en un desastre. El problema es que esta vez estaba completamente enamorada del desastre. Y no quería perder a la Dani.


Esa noche nos hubiera gustado quedarnos así abrazadas en esa sincronía perfecta que, - en mi caso por lo menos, por primera vez estaba descubriendo -, pero teníamos que despedirnos. No queríamos que nadie supiera lo que estaba pasando y Vicente llegaría en cualquier momento. Bajamos para que tomara un taxi. Antes de abrir la puerta del edificio le di un último beso. Me abrazó fuerte y salimos. Pasé toda esa noche en vela. Pensando en ella. Soñando con ella. Deseándola a ella.


martes, 23 de febrero de 2016

Capítulo VIII

Una tarde en la que la Jose estaba en la universidad y yo para variar pasaba la caña en mi habitación, cortinas abajo, sin bañarme y con dolor de cabeza, sonó el citófono de mi departamento. Era la Dani. La Jose la había invitado a tomar unas cervezas, me llamó varias veces para avisarme pero como tenía mi celular en silencio jamás le contesté.

Corrí a lavarme los dientes y peinarme un poco, mientras ella subía. Al principio fue la situación más incómoda de la vida, después del hola,  ¿cómo estás? Un silencio sepulcral, no sabíamos que decirnos. Aunque ya nos habíamos topado varias veces jamás hablamos, ella no me caía bien y claramente el sentimiento era mutuo. Lo peor fue que la Jose se había quedado pegada preparando su tesis con los compañeros y se iba a atrasar mucho más de lo que imaginamos. Me rogaba por mensajes que por favor entretuviera a su amiga. La odie un poco harto y yo creo que la Dani también. Pero había que entregarse a la situación.

Empecé preguntándole un poco de ella ¿Quién era? ¿Qué hacía? Aunque sabía ambas respuestas, pero nada mejor para romper el hielo que dejar a la otra persona hablar de ella misma. Me contó que estaba pololeando hace años, desde el colegio. Que según la Jose tenía que terminar y probar cosas nuevas y que lo estaba pensando. También hablamos un poco de mí, le conté que no hablaba hacer casi dos años con mis viejos y hermanos, que me depositaban plata mensual, que había dejado la universidad por un tiempo, de todo un poco. Fue una de esas típicas conversaciones que pasaban de la risa a ponerse serias, hablando estupideces y cosas súper importantes. A pesar de que la primera media hora fue una tortura terminamos pasándolo bien. Teníamos muchos más temas en común de lo que imaginamos.

Cuando llegó la Jose estaba feliz.

– ¡Por fin se están llevando bien mis dos amores! Nos dijo, muerta de la risa.

Y se sentó en el sillón al medio de ambas con la cabeza apoyada en mi pecho y las piernas sobre las de ella.

- Que rico, regalonéenme un rato, vengo agotada. Continuó.

Me paré a buscarle una cerveza. Y la verdad, con un poco de lata de que haya llegado. Estaba entretenida conversando con la Dani, me hubiera quedado toda la tarde a solas con ella.


jueves, 18 de febrero de 2016

Capítulo VII

Hacer el amor con la Jose se había vuelto mi obsesión, mi placer más culpable, quería tenerla cerca cada minuto, nos tocábamos a escondidas en lugares públicos, íbamos al mall a tomar helados y nos encerrábamos en un baño para besarnos, acariciarnos, sentir esa adrenalina de estar haciendo lo incorrecto. Nos juntábamos en casa de amigas y nos corríamos mano sin que nadie lo notara. Sentíamos una atracción sexual que nos tenía día y  noche pesándonos, deseándonos. No sé si era amor, pero se parecía mucho por lo menos.

De a poco se fue convirtiendo en la tercera compañera de departamento. Llevábamos un mes juntas y se pasaba la mayor parte del tiempo conmigo. Aunque por momentos igual necesitaba mi espacio. Aprovechaba las noches en las que se iba a su casa para salir sola a tomarme algo. Ir al after, juntarme con mis amigos y quedar tiesa de tanta cocaína. Me gustaba mi libertad, la oscuridad del lugar, las luces azules que apenas iluminaban, la gente a mi alrededor haciendo correr pitos y líneas, el copete, estar sola en compañía de en su mayoría desconocidos. Las mujeres que me abordaban buscando sexo, a las que durante el tiempo que estuve con la Jose siempre les dije que no. Sentía que ya no necesitaba esa adrenalina. Pero sí, era rico sentir que me deseaban, jugar al coqueteo, a las miradas.  

Una vez la Jose quiso ir conmigo, pero preferí que no conociera esa parte de mi vida. Igual le costó un poco entenderlo, pero después de una pequeña discusión en la que me sacó en cara mis aventuras sexuales logró entender que no me interesaban otras mujeres, simplemente quería guardar ese espacio para mí, no quería que conociera mi peor cara. Aunque igual tarde o temprano terminaría viéndola.


Además me daba miedo solo pensar en la idea de que se encontrara con la Andrea que aparecía de vez en cuando en mi vida y ya hace más de un mes que no la veía. En cualquier momento llegaba al bar o a mi departamento. Con Vicente lo teníamos súper conversado y sabía que no podía dejarla entrar como lo hacía antes cada vez que la mina me buscaba. El problema era que ella todavía no sabía que yo estaba con la Josefina. 


martes, 16 de febrero de 2016

Capítulo VI

Anduve varios días feliz, con una sonrisa de oreja a oreja, es que no lo podía creer, la Jose era más rica de lo que me imaginaba, que mina más intrigante, me tenía loca, me encantaba. Solo de acordarme la noche que pasamos me excitaba, quería repetirla una y otra vez.

Ya era viernes, me tocaba trabajar en el bar y quedamos de juntarnos ahí, luego se iría conmigo al departamento. Como siempre llegué un poco antes que Félix, Rocío – la dueña -, y Vicente, así tranquilita podía prepararme un ron cola, tirarme una línea y ponerme a hacer aseo antes de que empezara el ajetreo. Siempre partía por los baños, luego los pisos, las mesas y al final la cocina. La barra estaba a cargo de Vicente así que ahí no me metía. Me dieron las ocho de la noche, había llegado a las cinco pasaditas, ya tenía todo listo cuando llegaron. Detrás comenzaron a aparecer los primeros clientes.

Tipo once de la noche ya estaba corriendo de una mesa ahora, ya tenía la mandíbula dura por la cocaína y ya me empezaba a preocupar, Josefina aún no aparecía y lo único que quería era verla. Mientras trabajaba observaba de reojo la puerta. Cada vez que se asomaba alguien me saltaba el corazón pensando que era ella. Pero nada. Minuto tras minuto y cliente tras cliente, se me comenzaba a hacer eterna la noche.

Hasta que apareció cerca de la media noche. Yo, para ser bien honesta,  estaba un poco enojada. No sé por qué si no éramos nada, pero me cargó que llegara tan tarde. Quería verla, quería besarla, tocarla, que pasaran las horas soñando con tenerla en mi cama, desnuda, con hacerle el amor.

Pero obvio me hice la loca, no le iba a mostrar enojo cuando recién estábamos empezando a salir, la saludé con un abrazo, un beso y una tremenda sonrisa. Ella también a mí, venía con tres amigas, todas guapas. Se llamaban Natalia, Carolina y Daniela. Eran súper simpáticas, bueno, en realidad todas menos una. La Dani, su mejor amiga, que era más rara que pescado con hombros. A ver, días antes la Jose me contó que se moría por conocerme y ahora cuando lo hizo me miró, me saludó y no me habló más. Rarísima la mina.


En todo caso me daba un poco lo mismo, para minas locas me basto y me sobro, además la que me importaba era la Jose, aunque debo reconocer que nunca en mi vida había visto a una mujer tan bonita como Daniela. Tenía facciones casi perfectas, nariz respingada, rostro anguloso, ojos azules y el pelo castaño oscuro, linda como pocas, pesada como ella sola. 


jueves, 11 de febrero de 2016

Capítulo V

Seis de la mañana, una sonrisa de oreja a oreja mientras prendo el merecido cigarrito. La Josefina desnuda a mi lado, abrazándome con una de sus piernas sobre las mías, yo media sentada en la cama. También desnuda. Del bar nos fuimos a mi departamento. Íbamos en la parte de atrás del taxi. Vicente en el asiento del copiloto. El camino se nos hizo eterno, disimuladamente le metía la mano bajo el pantalón. Estaba húmeda. No conteníamos las ganas pero dentro del taxi había que disimular. Imagínense el chofer hubiera sido uno de esos homofóbicos locos que si se daba cuenta del espectáculo que llevábamos atrás nos bajaba a palos.

Por fin llegamos. No nos importó que estuviera Vicente, a los besos y toqueteos nos lanzamos hasta la pieza. Años que no deseaba tanto a una mina. Tocarla, recorrerla, pasar mi lengua por todo su cuerpo. Sentirla, que me sintiera. Definitivamente me gustaba y mucho.


Por primera vez en mi vida despertaba abrazada de una mujer. Hasta yo me sorprendí de mi misma. Nunca antes después de tener sexo me había quedado dormida con la mina recostada en mi pecho, haciéndole cariño, regaloneando. Era todo un paisaje nuevo para mí. Y por lo que durante todo un año observé para ella también. Lo peor es que cuando despertamos no quería que se fuera. Quería pasar el día con ella. La invité a almorzar porque ya era demasiado tarde para tomar desayuno. 


Después de almuerzo fuimos a comprar una cerveza, para pasar la caña, hicimos micheladas y nos instalamos en la terraza. Nos dio la noche conversando. Entre medio llegó Vicente, tocó el violín un rato y se fue a juntar con alguna de sus amigas con beneficios. Fue genial porque con la Jose queríamos estar solas. Conocernos. Contarnos la vida.

Le hablé de mis papás. De que cuando salí del closet a los 18 años me pidieron amablemente que me fuera de la casa porque mi estilo de vida no era un buen ejemplo para mis hermanos chicos. Igual me era cómodo porque a pesar de que decidí tomarme un tiempo sabático que ya se había extendido por 5 años, mi papá me depositaba una generosa mesada. 

En fin, por eso llegué a vivir con el vicho. Él también había salido de la casa de sus papás, era tres años mayor que yo pero compañeros de colegio y nos hicimos amigos en unas alianzas cuando yo iba en séptimo y el segundo medio. Nos volvimos inseparables. Él se fue de la casa porque decidió no estudiar en la universidad y ser barman, ahí llegó a trabajar al bar. 



Bueno. Le resumí mi historia en una tarde. Ella también me contó un poco de su vida, era la típica cuica adinerada pero que nunca encajó en su entorno, soy lesbiana de catálogo me dijo. Desde chica supe que no me gustaban los hombres. Jamás esperé la llegada de mi príncipe azul y la verdad tampoco de una princesa, me dijo. Aunque mi mejor amiga siempre me ha dicho que eso va a durar hasta que me enamore. Le tomé la mano y me acerqué a darle un beso. Luego sólo nos miramos en silencio. 

martes, 9 de febrero de 2016

Capítulo IV

Ahí estaba, con toda la noche por delante. Con mi vodka en la mano, parada en la barra al lado de Vicente observando a Josefina que pocos minutos antes había empezado a bailar. Me encantaba mirarla, ver como se habría espacio entre la gente. Como se movía sola, con los ojos cerrados, como si no hubiera nadie más a su alrededor.

Vicente, - que siempre me alentaba -, me decía dale, anda a bailar, por último cerca de ella, para que te vea. Pero si está con los ojos cerrados Vicho, le respondía haciéndome todo lo que es la tonta. El me miró sarcástico. Bueno en algún momento los abrirá. Dale, anda, esta es tu oportunidad, cada vez que viene estás trabajando. Atrévete mujer. Me dijo. Para juntar fuerzas fui otra vez al baño, una línea más y estaría lista. Después de un año había que atreverse, a lo más me rechazaba, se daba media vuelta y se iba.


Ya, me la juego ahora dije en voz alta. Y me acerqué, primero empecé a bailar cerca de ella, moviéndome a su ritmo, poco a poco me fui acercando o ella a mí, ya no estoy segura, pero terminamos juntas. 

Parecía un sueño, abrió los ojos, levantando un poco la cabeza bajo la visera del jockey. Me sonrió en silencio mientras nuestros cuerpos se iban uniendo cada vez más. Una canción tras otra, mientras las mariposas en el estómago aumentaban, tenía ganas de gritar de felicidad, por fin la tenía cerca, por fin me estaba tomando en cuenta. Sonaba algún tema de electro pop. Pero ya no bailábamos al ritmo de la música, era nuestro propio ritmo, nos tomábamos de las manos, rozábamos nuestros labios, nos mirábamos. Sonreíamos. Nada ni nadie a nuestro alrededor, así nos sentíamos, o por lo menos yo. Movimientos suaves, nuestros cuerpos cada vez más unidos. Hasta que fundimos la noche, la música y el movimiento en un beso que derrumbó todos mis preceptos. Fue una noche que cambiaría el curso de mi vida para siempre. 

jueves, 4 de febrero de 2016

Capítulo III

Cuando la vida quiere agarrarte para el hueveo pucha que lo hace y con todo, no tiene pudor ni tapujos.

El bar, que era gay friendly y aunque quedaba en bellavista era bien ABC1, pirulo, cuico, top, o como quieran llamarlo, estaba lleno de minas ricas, ahí conocí a la Andrea y a varias más. Pero había una que jamás me tomó en cuenta, se llamaba Josefina, era linda y sexy, pelo negro, ojos azules y piel mate, siempre usaba un jockey que le tapaba la mirada. Me encantaba, lo único que quería era conocerla, acostarme con ella. Era como mi Everest, estaba casi obsesionada. La miraba de lejos intentando averiguar alguna manera de entrar a su círculo, estuve más de un año así pero no había caso. No sabía qué hacer.

Bueno, mientras caminaba al bar pensaba en ella, en encontrármela, en simplemente quedarme mirándola inventando situaciones en mi cabeza que terminaban con ella en mi cama.

Al llegar al bar, mi primera preocupación fue encontrar a Félix. Antes de cualquier cosa, antes de secarme la ropa, antes de encontrarme con Josefina, de ver a Vicente (que también trabajaba ahí) necesitaba subir el ánimo, tirarme unas rayas, tomarme un vodka tónica y sacar personalidad. Era mi día libre trabajaba sólo viernes y sábado fijo y algunos días cuando me pedían reemplazos. Me desesperé un poco al ver la cantidad de gente, era un martes de marzo, 10 de la noche y estaba repleto.


Caminé como pude entre la gente buscando a Félix cuando de repente la veo a ella. Estaba sentada en una mesa al lado de la ventana junto a un grupo de amigas. Se me paralizó el corazón mientras me recorrían miles de mariposas por el estómago hasta posarse en mi garganta, justo en ese momento alguien me toca el hombro, pegué un tremendo salto. Era Félix. ¿Vas a querer hoy? Me dijo. Obvio, le contesté. Dame 10 mil, para partir, era un paquete generoso, para los amigos como decía él. Con eso estaría bien por la noche. Fuimos a un rincón tras la barra e hicimos el intercambio. Luego al baño. Una línea. A la barra. Un vodka y listo, la noche comenzaba. 

miércoles, 3 de febrero de 2016

Capítulo II

No me daba el cuerpo para tener más sexo, no tenía ganas, quería dormir, descansar, olvidarme del carrete, de la noche, de las luces azules, de las drogas y el copete, para mí recién se acababa la jornada, no quería saber nada del mundo, a eso súmenle el mareo, las ganas de vomitar y la angustia. Pero ahí estaban esas manos buscando mi cuerpo, la famosa mañanera  porque era de día.

No sé a qué hora llegó a mi casa, seguro se vino del bar con Vicente esperando que yo estuviera ahí. Se acostó en mi cama a esperarme y se quedó dormida. Cuando llegué despertó, como no éramos pareja, ni nada parecido no estaba enojada por la hora en que me digné a aparecer. Todo lo contrario, quería sexo, para eso me fue a buscar.

La verdad, me costó varios minutos saber quién era. Mi pieza estaba oscura, con las cortinas blackout abajo, la intentaba mirar fijo, pero la veía doble, mi cara debe haber sido un espectáculo, me dijo soy la Andrea. Qué Andrea, qué Andrea, qué Andrea, recorrían diferentes rostros por mi mente, no lograba relacionar su cara con su nombre, hasta que como un flash divino me acordé. Meses atrás habíamos tenido un cuento, una noche de sexo recorrido y furibundo,- como dice Vicente, mi compañero de departamento y mejor amigo de la infancia, ambos desarraigados de nuestras familias, de eso les contaré más adelante-.

El ¿qué haces aquí? Me salió del alma. La verdad fui bien desagradable, ella me miró extrañada, entre impactada y molesta. Habíamos quedado de juntarnos, me dijo. Yo no tenía ni la más puta idea de a qué se refería. ¿Yo la invité a mi casa? Y bueno, podía ser, todo era posible en mi mundo. Volvió a insistir, intentaba levantarme la polera, tocarme, metía sus manos bajo mis calzones. Tomó una de mis manos y las puso bajo los de ella.

Listo, cansancio olvidado, no me acordaba cuando le había dicho que nos juntáramos, pero en ese preciso momento supe por qué, era una mujer maravillosa increíblemente atractiva y sexy. Me envolvió en su cuerpo, yo a ella en el mío, nuestras respiraciones se sincronizaron, besos suaves, el roce de nuestros labios, recorrí cada espacio de su piel suave, cada rincón, lento, agitadas, escuchándonos y sintiéndonos.

Después de un rato, no sé cuánto, les mentiría estaba agotada, relajada, sonriente, me abrazó y así me quedé dormida. En algún momento ella se levantó y se fue, no tengo idea a donde, ni que hacía por la vida. Seguro por la edad debe haberse ido a la universidad. La verdad no lo sé.



Claro que al despertar la cosa no fue tan maravillosa, me dolía todo, la cabeza, el cuerpo, la angustia reapareció, el corazón me latía  a mil por segundo. Abrí las cortinas de mi pieza y ya estaba oscuro, llovía a cántaros y el frío era intenso. Una sensación comenzó a oprimirme el pecho, sentía que las paredes de mi habitación se abalanzaban hacia mí, que me impulsaban a lanzarme por la ventana. Claro que vivía en un segundo piso, no iba a sacar mucho más que un par de moretones y algún hueso quebrado. Así que obviamente contuve el impulso, en vez de eso, decidí salir, ir al bar. Tomarme un par de tragos y dejar todos esos sentimientos guardados en el fondo de mi mente. Caminé cerca de una hora bajo la lluvia, ya estaba completamente oscuro, nunca me imaginé que esa noche cambiaría completamente el curso de mi vida.

martes, 2 de febrero de 2016

Capítulo I

Durante varios años mi vida pasó sin que me diera cuenta, de carrete en carrete, de after en after, obvio todos clandestinos, noches eternas, que podían durar varios días, gente que iba y venía, amigos que no lo eran, un mundo oscuro del que les voy a contar en esta novela, “Al otro lado de la línea” una historia de ficción con algunos hechos de la vida real. Voy a comenzar con un día cualquiera, en un mes cualquiera, en un lugar cualquiera, poco a poco les iré contando como llegué ahí y como salí. La historia entre medio es parte de mi loca imaginación. Acá no está la abogada (historia real, mi historia de amor contada en mi otro blog viajedeanto.blogspot.com) y bueno, sin más preámbulo acá vamos:

Podría haber pasado varios días sin problema en el after, en vez de comida eran copete y jales, música y baile, tirar con cualquier mina que se me cruzara por el camino.  

La oscuridad era tanta que los días fácilmente se transformaban en noche, solo iluminaban el lugar un par de luces de neón que le daban una tonalidad azul a las paredes, los pasillos, los copetes, la gente y los jales.

En realidad ni siquiera sé bien cómo llegué ahí, estaba tan borrada que no me acuerdo, tampoco se con quién. La tele se me había apagado como a las 2 de la mañana. Era garzona en un bar, al que le vamos a decir el bar, ahí corría cocaína desde que abríamos hasta el cierre, un copete tras otro mientras trabajaba, me dejaban lista tipo 3 o 4 de la mañana para seguir carreteando. Por eso no me quedé dormida esa noche, gracias a las 1500 rallas que me tiré (obvio no fueron 1500 no habría sobrevivido para contar esta historia, pero fueron muchas, más de las que mi cuerpo podía soportar, de hecho estuve como un mes respirando por la boca y abriéndome los hoyos de la nariz solo para que me entraran más jales).

Bueno, estaba en el after iluminada solo por esas benditas luces de neón azul que me ayudaban un poco a reconocer mi entorno. Tele apagada, no sé ni qué hice. Tengo algunos flashes entrando a una de las habitaciones con una mina. La mina, - que no sé cómo se llama -, me hacía sexo oral, creo que no me fui, estaba demasiado borracha y dura como para sentir algo. Pero era entretenida la adrenalina de estar teniendo sexo con una desconocida en un lugar público. Era algo que con el tiempo se fue volviendo una especie de vicio, de obsesión. Tirar y salir como si nada hubiera pasado, si te he visto no me acuerdo y de verdad después no me acordaba.

Ahí estaba, sintiéndome triunfante, toda una ganadora cuando de repente escucho a un tipo diciendo que eran las 11 de la mañana. Quedé helada. La adrenalina se transformó en angustia. Decidí irme a mi casa. Abrí las puertas metálicas del lugar y la luz casi me deja ciega. Más angustia y la maldita culpa. Me fui caminando desde el centro de Santiago; el lugar quedaba cerca de la iglesia San Francisco en la Alameda, - hoy no sabría cómo llegar pero me acuerdo de la Iglesia -, pensando y retándome, es martes, como tan pasada; mientras intentaba hacer como que caminaba derechito.

Iba dura como palo, intentando mantener la compostura abriéndome paso como podía para llegar a la puerta de  mi departamento que estaba justo al lado de un banco totalmente repleto. Un poco empujando a la gente mientras intentaba no llamar mucho la atención logré llegar hasta la reja. Claro que hacer encajar la llave en la cerradura de entrada fue otra odisea. No había conserje, nadie me podía salvar la vida y ayudarme a entrar, a subir las escaleras hasta mi departamento.

Mientras caminaba sentía que todo me daba vueltas, pero lo logré, llegué a la puerta. Me sentía toda una ganadora. Ahora la segunda prueba de fuego. Lograr nuevamente que una llave que parecía ínfima entrara para abrir la puerta. Uno, dos, tres, cuatro intentos hasta que por fin lo logré.



Di un paso certero hacia el living, por lo menos eso juraba yo, ahora imaginándome años después debe haber sido todo un zigzagueante espectáculo. En fin, avancé como pude hacia mi pieza, mientras iba en el camino sacándome algo de ropa, zapatos, creo que los pantalones y una   chaqueta, ¿para qué más? si podía dormir con polera y calzones. Mañana será otro día. Mejor intentar dormir antes de que el recuerdo de Mili me quite las pocas posibilidades de descansar que me van quedando después de más de 15 horas de cocaína y alcohol. Claro que no iba a ser tan fácil. Alguien me esperaba en la cama. No se cómo entró, Vicente la debe haber dejado, pero al sentir el roce de sus manos tibias sobre mi cuerpo supe que la noche aún no había terminado.