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martes, 4 de febrero de 2020

Capítulo Final

Daniela aún no entendía mucho lo que en ese momento estaba sucediendo, iba en silencio sosteniendo la mano de Agustina que miraba por la ventana del auto como reconciliándose con las calles de una ciudad que la vio crecer y destruirse al mismo tiempo. Ninguno de los tres emitió palabra alguna hasta llegar a casa. La madre de Daniela los recibió en la puerta, le dio un fuerte abrazo de bienvenida a Agustina y los invitó a pasar a la terraza donde tenía preparado un pequeño cóctel antes de servirles la comida.

Agustina tímidamente les pidió utilizar la ducha, necesitaba dejar atrás esos casi cuatro meses en prisión. Al entrar al baño y luego de prender el agua lloró como nunca antes lo había hecho, de felicidad y miedo a la vez. La vida le estaba regalando una segunda oportunidad y esperaba esta vez ser capaz de hacer las cosas bien.

Mientras la esperaban Daniela aprovechó de preguntarles a sus padres ¿qué los había hecho cambiar de opinión? No entendía bien lo que estaba pasando, y aunque estaba agradecida del cambio de actitud de sus padres, necesitaba saber de qué se trataba todo esto. Su padre le contó acerca de la conversación con el de Agustina, de la forma en que se refirió a ella, casi queriendo decir que porque le enviaba dinero ella debía estar agradecida de él. Le contó también que no la volverían a ayudar, que el hombre a gritos le dijo que ahora estaba sola y que era una vergüenza para la familia. Le dejaron claro que para ellos aceptar a Agustina en sus vidas y en su casa no fue una decisión fácil de tomar, que lo conversaron durante semanas, pero que al darse cuenta de cuánto ellas se amaban tomaron la decisión de darle una oportunidad, “mal que mal es nuestra nuera”, le dijo la madre con ternura. Ahora todos debían preocuparse de ayudarla a salir adelante, de que lograra encontrar un camino en la vida.

Al salir del baño Agustina llamó a Daniela para que le prestara algo de ropa, primero le pasó un vestido que la agus miró con cara de ¿en serio quieres que yo use esto? Ambas rieron divertidas y le pasó un short y una polera, luego se besaron apasionada y apuradamente. Agustina metió toda la ropa que llevaba en una bolsa y le hizo caso al último consejo de Fabiola, pidió usar la parrilla para quemar todo lo que traía puesto desde la cárcel. Luego se sentó al lado de Dani que la abrazó con ternura. Esa noche no hablaron de los últimos meses ni del futuro, sólo hicieron sentir a Agustina como un miembro más de la familia, y ella aunque agradecida de la hospitalidad, lo único que deseaba realmente era tener a Daniela entre sus brazos.

Por fin llegó ese momento, la familia se fue a dormir, ahora sí podrían estar a solas. Al llegar a la habitación Agustina abrazó a Daniela por la cintura y la besó profundamente, acariciando su cuello y rostro como si fuera la primera vez que la tocaba. Daniela se aferró a su espalda levantándole la polera.  Con calma y suavidad fueron sacándose cada prenda al ritmo de sus respiraciones de sus latidos, disfrutando de cada suspiro, cada roce, cada beso, cada abrazo.

Con los labios fueron recorriendo cada detalle de sus cuerpos, la pasión las desbordaba, hasta ese momento ni siquiera ellas habían logrado dimensionar cuánto se extrañaban y necesitaban, es que cuando estaban juntas y a solas el mundo desaparecía, eran solo ellas envueltas en un universo de amor y deseo. Y así, se quedaron dormidas, desnudas y aferradas la una a la otra como advirtiéndole a la vida que nada ni nadie jamás las volvería a separar.

A la mañana siguiente las despertó la madre de Daniela quien en un descuido entró sin tocar la puerta, un grito ahogado salió al unísono de las tres, al tiempo que la mamá dejaba la pieza pidiendo una y otra vez disculpas. A los minutos ambas chicas bajaron a desayunar y al ver a los padres de Dani riéndose a carcajadas de la situación se les subieron los colores al rostro.

- Niñas necesito conversar con ustedes, dijo en un tono más serio el padre.

Ambas lo miraron en silencio.

- A ver, ya está terminando el año y tú Daniela lo perdiste, pero me imagino que el próximo vas a volver a terminar tus estudios. Y me gustaría saber qué quieres hacer con tu vida Agustina. Espero que dentro de esta semana vayas a buscar tu fecha para comenzar tu libertad vigilada y los tratamientos que te exigieron, pero además de eso ¿hay algo que quieras hacer, estudiar?

- Voy a buscar trabajo. Dijo Agustina tímidamente.

- Ya. Buscar trabajo, de qué, ¿por qué no mejor piensas en estudiar algo? Continuó el padre.

- Sí me gustaría terminar comunicación audiovisual y fotografía que es lo que estaba estudiando, hasta que me salí, continuó la chica.

- Ok. Me parece bien y que trabajes también, pero ojo, en bares nunca más. Agregó la madre.

Ambas chicas asintieron con un gesto de cabeza. Luego desayunaron y se prepararon para ir a visitar a Vicente y Andrea.

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Departamento de Vicente 

Al llegar ambas chicas se llevaron la sorpresa de sus vidas, frente a ellas, sentada al lado de Andrea estaba Josefina, con los ojos llorosos y mirada culpable. Daniela se abalanzó frente a ella insultándola y gritándole.

- Eres un real pedazo de mierda, hija de puta, te juro que te voy a matar, ¿qué haces aquí? Aullaba al tiempo que Agustina sin entender mucho intentaba detenerla.

De pronto y en medio del griterío Agustina cae sobre un sillón…

- ¿Fuiste tú? Le pregunta con tristeza y en voz baja. ¿Fuiste tú? Nuevamente ahora alzando la voz. ¿Tú nos denunciaste? Repite nuevamente con un tono calmado frente al silencio del grupo de amigos.

Josefina intenta dar explicaciones que se vuelven inaudibles para Agustina. Todo a su alrededor daba vueltas. Sentía náuseas, mareos, se tapaba la cara con las manos apretándose los ojos. Quería llorar, gritar golpearla, pero no podía moverse, estaba paralizada, exactamente la misma sensación que tuvo el día en que la dejaron en prisión preventiva.

- ¿Ustedes sabían? Le preguntó al grupo.

- Nos enteramos ayer, respondió Daniela.

- ¿Ya obtuviste tu venganza? ¿Estas tranquila, feliz? Le preguntó con odio en la mirada a Josefina.
- Agustina perdóname, nunca me imaginé que ibas a terminar en la cárcel. Le dije lo que hacían en el bar a un conocido PDI sólo porque estaba enojada contigo, no pensé que iba a pasar esto. Dijo Josefina.

- Por favor ándate, desaparece de nuestras vidas. Replicó Daniela. No quiero saber nunca más de ti, no puedo creer como fui tan amiga y durante tantos años de una persona como tú. Eres manipuladora, destructiva, egocéntrica y egoísta. Ándate, desaparece. Terminó gritando Daniela al tiempo que sacaba a empujones a Josefina del departamento.


Agustina prendió un cigarro, miró a sus amigos y les pidió que de esto no se enterara Félix.

- Le quedó debiendo mucho dinero a los jefes y adentro escuché que por menos puede correr sangre, déjenla a ella con su vida miserable y con su conciencia. Igual nosotras le hicimos daño y esta fue su venganza. Sentenció Agustina.

- Ahora estamos juntas y eso es lo que importa. Agregó Daniela. Mientras Vicente y Andrea asentían levantando sus pulgares.

Los cuatro chicos abrieron una botella de champagne, sirvieron las copas y brindaron por la nueva vida, obviamente Vicente fue el  primero en pedirle detalles de su paso por la cárcel a Agustina, jactándose entre risas de que era el único de sus cercanos que tenía una amiga ex presidiaria. Andrea lo golpeó con un cojín al tiempo que le dijo que era demasiado pronto para reírse, recibiendo el apoyo de Daniela.

Cerca de las nueve de la noche las llamó por teléfono la mamá de Dani para que regresaran a casa, ya se hacía tarde y debían llegar a comer, las estaban esperando. Se despidieron rápidamente de sus amigos y emprendieron de la mano el regreso a casa. Agustina no acostumbraba a tener horarios, menos a seguir reglas y normas, en silencio se cuestionaba si era capaz de mantenerse aferrada a la mano de Daniela, de continuar por el camino correcto, en realidad de comenzar a recorrerlo, quería con todas sus fuerzas mantenerse ahí, es que ya sabía lo que era estar al otro lado de la línea.

domingo, 26 de enero de 2020

Capítulo X (Tercera Parte)

Tres meses y medio de Agustina en la cárcel – Casa de Daniela

Daniela se paseaba como alma en pena por su casa, la relación con sus padres estaba menos tensa, sin embargo, aún no la dejaban ir a ver a Agustina, sólo mantenerse informada de los avances de su causa a través de Vicente y la abogada. Cada día la extrañaba más, por la noches se dormía añorando poder en sueños trasladarse  hasta ella, se imaginaba juntas recostadas sobre la cama conversando, planeando el futuro, viajes, estudios, trabajo, formando un hogar de las dos, una familia. 

Durante el día intentaba matar las horas leyendo o viendo televisión por lo general con la mente plantada en Agustina. Fue en uno de esos momentos que aparecieron en la puerta de su habitación Vicente y Andrea, en sus semblantes se notaba la rabia y la preocupación. Daniela se sentó sobre su cama y los hizo pasar. 

Los jóvenes sin preámbulos le lanzaron un balde de agua fría: fue Josefina quien denunció el movimiento de drogas en el bar, fue ella quien le contó al novio de una de sus amigas de la Universidad perteneciente a la PDI (policía de investigaciones) que Félix y Agustina le vendían cocaína a los clientes. Fue la misma Josefina quien en un ataque de honestidad y mucha culpa le confesó a Andrea lo que había hecho. Jurándole que jamás imaginó que sus palabras terminarían con ambos en la cárcel: “Sólo me estaba desahogando, contándoles a mis amigos como la Agus me fue infiel, el daño que me hizo y entre medio les dije que era una drogadicta y narco de el bar pero de verdad fue de rabia y frustración nada más, no fue para que pasara todo lo que pasó” Parafraseo Andrea las palabras de Josefina. 

Daniela se tapaba la cara con las manos, no podía creer lo que estaba escuchando, es que a pesar de todo Josefina fue durante toda su vida su mejor amiga, y aunque asumía que ella fue la primera en traicionarla al enamorarse de Agustina le era imposible comprender ese nivel de maldad, de daño. 

- Por favor que Félix no se entere de esto porque la va a matar, les dijo a ambos. 

- Se entera y corre sangre, afirmó Vicente. 

- Yo creo que esto lo podemos arreglar entre nosotros sin que ninguno de los dos se entere, continuó Andrea. 

- Esto me lo dejan a mí. Sentenció Daniela. Que en realidad no sabía qué hacer, solo sentía unas ganas incontrolables de matar a Josefina. 

En eso apareció el padre de Daniela quien venía por primeras vez en meses totalmente sonriente. 

- ¿Ya le contaron? Preguntó mirando a Vicente. 

- No, lo estábamos esperando a usted, respondió el joven. 

- ¿Qué pasa ahora? No me asusten saltó Daniela. 

- Vístete que vamos a salir. Respondió su padre. 

Daniela no tenía ganas de hacer nada, sólo de ir a casa de Josefina y arrancarle los ojos, sin embargo y ante la insistencia de todos en su habitación, incluida su madre que desde la puerta la animaba a levantarse, se puso unos jeans y un chaleco que tenía sobre una silla. 

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A las 20 horas de esa tarde. En la cárcel. 

Se supone que debía estar contenta, por fin acababa esa pesadilla, sin embargo en su interior guardaba un extraño sentimiento. Fabiola no tenía tanta suerte y lo más probable es que su condena duraría varios años y tampoco alcanzó a despedirse de Dara. 

Besos, abrazos, golpecillos en la espalda y varios “no te quiero ver nunca más por aquí” acompañaron a Agustina en su camino hacia la calle. Por fin, estaba en libertad, por fin volvería a ver a Daniela. Por momentos el miedo la inundaba ¿sería capaz de hacer las cosas bien? ¿De cumplir el trato con el padre de su novia? Inmediatamente frente a las dudas buscaba en su memoria las palabras que tantas veces le repitió Dara: “nada es imposible si lo deseas con fe y desde el corazón”. 

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Casa de Daniela, esa misma tarde

Daniela los echó a todos de su pieza con la excusa de que la dejaran vestirse, tomó su teléfono y llamó a Josefina, después de varios repiques la llamada pasó a buzón de voz: 

- Además de mierda eres una cobarde, ni siquiera te atreves a responderme el teléfono. Te juro Josefina que esto no te lo voy a perdonar en mi vida y ten cuidado porque todo el daño que uno hace se devuelve y con creces. Dijo gritando para luego cortar. Al tiempo que se escuchaban los gritos de su padre intentando apurarla.

Daniela bajó las escaleras desganada, no quería salir de casa. Vicente y Andrea se despidieron apurados.

- Llámanos en la noche cuando llegues, le dijo Andrea. A lo que Daniela asintió con un movimiento de cabeza. 

Se subió al auto con su padre mientras la madre y hermanos los observaban desde la puerta. 

- ¿Papá adónde vamos? No tengo ganas de salir. 

- A dar una vuelta, necesito conversar contigo de algo importante. Respondió su padre. 

Daniela permaneció en silencio, mientras su padre manejaba alejándose cada vez más del barrio y la casa hasta llegar a la cárcel de mujeres donde estaba Agustina. 

- ¿Qué hacemos aquí papá? Preguntó Daniela. 

Su padre le tomó la mano acariciándole los dedos. 

- Hija pasó algo. 

- ¿Qué? Preguntó la joven con pánico en el rostro. 

- Es mejor que lo veas por ti misma. Respondió el padre apuntando la mirada hacia la puerta principal de la cárcel. 

Al voltear Daniela vio salir a Agustina desde el gran portón que por meses las mantuvo separadas. Miró asombrada a su padre quien le hizo un gesto para que bajara del auto y fuera a encontrar a su novia que miraba de un lado a otro como desorientada. 

Al verse ambas corrieron para abrazarse, se miraron como reconociéndose, Agustina acarició suavemente el rostro de Daniela quien se acercó para darle un apasionado beso. Se sentía como despertando de la peor de sus pesadillas. Su corazón latía fuerte, las lágrimas comenzaron a correr por los rostros de ambas chicas, que sonreían repitiendo una y otra vez “te amo” un te amo que sabían duraría toda la vida. 



jueves, 23 de enero de 2020

Capítulo IX (Tercera Parte)

Dos semanas después de la carta de Daniela


Los días eran largos y tediosos en el centro de detención femenino. Sólo Fabiola y Dara ayudaban a que el paso del tiempo no se convirtiera en una cada vez más potente insinuación al suicidio.

Ya hace dos semanas que Agustina no tenía noticias de Daniela y estaba comenzando a perder la razón ¿Esa carta era una despedida? ¿Debía aprender a vivir con el recuerdo de sus abrazos, de su voz y de su piel? ¿De ahora en adelante sólo volvería a sentirla en sueños e ilusiones? Agustina se estaba ahogando en su desesperación.

Aunque al principio tuvo algunas dudas por su religión, finalmente y sobre todo llamada por la necesidad de hablar con alguien le contó todo a Dara, quien se convirtió en su amiga y confidente. La desesperación del encierro se había transformado en miedo a no volver a ver a su Dani y desahogarse, hablar de ella con alguien a esas alturas ya era una obligación.

Poco a poco fue asumiendo su responsabilidad en todo lo que estaba viviendo, el dolor de haber dañado de tal manera a quienes más quería la estaba consumiendo y Dara siempre estuvo ahí para acompañarla y escucharla. Le preguntaba cosas, de su infancia, de su vida, de cómo descubrió su homosexualidad, del amor y de Daniela. Por momentos Agustina llegó a pensar que Dara también quería contarle cosas, que sus preguntas iban más allá de mera curiosidad, más allá de su labor como evangélica, como enviada del señor. Pero nunca se atrevió a preguntarle.

Para Agustina sus padres eran otro tema, uno que pensaba no tenía solución, estaba segura que todo lo que ella era les molestaba, los perturbaba y que preferían tenerla lo más lejos posible de sus vidas. Muy dentro en su corazón los extrañaba, sobre todo por las noches frías y silenciosas en la cárcel añoraba el abrazo de su madre, los cariños en la cabeza de su padre, como cuando era pequeña y se encontraba enferma, algo que en su infancia fue más común de lo usual. Muchas veces llegó a pensar, ya de adulta, que sus constantes fiebres de niña eran los gritos de su alma que anhelaba liberarse, ser aceptada por quien y como era. Algo que en su familia no estaba permitido, por lo menos no para una persona como ella.

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Dos semanas sin ver a Agustina, sin poder llamar a Vicente para avisarle que sus padres la tenían secuestrada en su propia habitación. Sin celular, sin computador, sin contacto con el mundo exterior. Daniela comenzaba a perder la razón, se pasaba el día acostada, llorando, desfalleciendo. Su madre le subía bandejas con comida que apenas tocaba, todos los días intentaba hablar con ella, explicarle que todo lo que hacían era por su bien, para protegerla de un mundo que no le correspondía, para el que no la educaron, pero Daniela se negaba a escucharla, ellos no conocían a su Agus, no tenían idea de quién es y de cuanto se querían.

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Miércoles 10 de la mañana tras un mes sin ver a Daniela 

Todo su módulo tenía visita. Las chicas desde temprano comenzaban a arreglarse para recibir a sus familiares, parejas y amigos. Agustina estaba acostumbrada a no recibir el llamado de gendarmería, a que no la hicieran “sonar” en jerga penitenciaria. Sin embargo, esa mañana escuchó su nombre. Al principio dudó, sin embargo volvieron a llamarla, así que salió entre sus compañeras para recibir a quien fuera que la esperaba. Frente a ella y ante su impacto estaba el padre de Daniela a quien se acercó tímidamente.

Al principio el saludo fue frío, notaba en su mirada el rechazo y desprecio que le decían cuan decepcionados estaban, tanto él como su familia de ella.

- Mira Agustina, primero quiero que sepas que Daniela tiene prohibido venir a verte, no quiero y no voy a permitir que mi hija se involucre en un mundo como este, pero no está bien. Está destrozada. Desde que caíste presa que no hace más que llorar, ya no se levanta de la cama, congeló su escuela de teatro y ya casi ni habla. Por eso vine, porque quiero saber qué ve en ti y por qué le importas tanto. Le dijo.

- No lo sé, ni yo entiendo por qué me quiere, pero lo que sí sé es que quiero cambiar, quiero merecer su amor, quiero sumarle, no restarle. Ya no consumo drogas, estoy juntándome con los evangélicos que vienen a vernos, estoy intentando reconciliarme conmigo, con mi historia y con mi futuro. Tengo clarísimo que ni en sus peores pesadillas se imaginó a alguien como yo para su hija, y yo misma le pedí que se alejara de mí. Pero ahora, a usted le pido, le ruego, que me dé una oportunidad de demostrarles a todos que puedo ser mejor, que puedo cambiar.

- Mira, yo no conozco tu historia, ni la razones por las que una chiquilla como tu terminó aquí, lo que sí sé es que tus padres te dieron la espalda y me imagino que debes sentir que Daniela hizo lo mismo. Por eso vine a hablar contigo, para que sepas que no es así, que fuimos nosotros los que le prohibimos venir a verte. Además tuve una larga conversación con tu amigo Vicente y con tu abogada, me contaron cosas de ti que yo no sabía. También intenté conversar con tu papá…

- Me imagino que eso no salió bien, lo interrumpió Agustina intentando disimular la tristeza en sus ojos.

- No. No salió bien Agustina, pero fue esa conversación con tu padre la que nos empujó con mi mujer a tomar una decisión y por eso estoy acá. Quiero hacerte una propuesta.

Agustina lo miraba atenta, con una mezcla de nervios y miedo, mientras el tono de voz del padre de su novia se iba suavizando poco a poco a medida que la conversación avanzaba.

- Bueno, tu abogada me dijo que muy pronto vas a salir en libertad, me advirtió que saldrás bajo un sistema que se llama libertad vigilada intensiva, que tendrás que ir al sicólogo, trabajar, estudiar y por sobretodo dejar de consumir todo tipo de drogas. Si tú eres capaz de cumplir con esas reglas que no serán impuestas por nosotros, sino que por el sistema judicial, nos gustaría que te vinieras a vivir a nuestra casa.

Agustina quedó atónita, jamás se imaginó que la conversación giraría en ese sentido. No pudo contener las lágrimas.

- Gracias, dijo tímidamente.

El padre de Daniela sonrió con ternura.

- Daniela va a estar muy feliz. Continuó.

- Y yo también. Y le prometo que no les voy a fallar. Que voy a convertirme en la persona que ustedes esperan para su hija. Dijo acelerada Agustina.

- Mira, no prometas nada, porque de verdad esta es una segunda oportunidad que te está dando la vida, no es justo que tan joven hayas terminado sola, que tus padres no te acepten por quien eres, para mí es una aberración y ¿sabes qué? Lo lamento profundamente por ellos. Pero ojo, acá la cosa no es victimizarse, es salir adelante y luchar por lo que quieres, por tus sueños, por ser cada día mejor. Continuó el padre de Daniela quien vio en la mirada de Agustina a una niña perdida y asustada en un mundo que en cierto punto se le vino encima acabando con sus sueños e ilusiones.

Al despedirse el hombre estiró su brazo hacia Agustina para sellar en un apretón de manos el trato con la novia de su hija. Luego la arrastro hacia él dándole un fuerte abrazo.

domingo, 19 de enero de 2020

Capítulo VIII (Tercera Parte)

Dos días antes, de madrugada

Daniela no lograba conciliar el sueño, la imagen de Agustina en la cárcel al estilo Orange Is The New Black o peor aún Vis a Vis, la atormentaba al nivel de provocarle espantosas pesadillas, la imaginaba en medio de peleas, siendo golpeada, abusada; todos los días se despertaba sudando, horrorizada. Lo único que le traía calma era el hecho de ya haber contactado a la abogada y tener la esperanza de que su novia podría salir en libertad.

Esa tarde se reunirían para cerrar el trato y comenzar a trabajar con Agustina. Pero antes Daniela necesitaba decirle todo lo que estaba sintiendo, desnudar su alma en una carta, sabía era la única manera en que conseguiría sacar de adentro todos sus sentimientos, pero por sobre todo, era la única manera en que Agustina la escucharía. Tomó un cuaderno y recostada sobre su cama comenzó a escribir pudiendo apenas contener las lágrimas.

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Dos días después

Agustina sube a su litera, ya era de noche. Poco a poco el módulo comenzaba a silenciarse, de fondo algunas chicas conversaban, otras ya estaban dormidas. La carta de Daniela la esperaba bajo su almohada, temía leerla, le daba pánico descubrir cuanto hirió al amor de su vida, peor aún le horrorizaba la idea de darse cuenta de que el daño, la grieta en su corazón se había transformado en un abismo imposible de cerrar.

Cerró los ojos por un momento y como hace años no hacía, le rogó a Dios que Daniela, en aquella carta no estuviera terminando con ella. Después de un rato tomó la carta, la acomodó frente a una luz que tenuemente entraba desde un foco que iluminaba la única ventana de la habitación, intentando a la vez buscar en su memoria la voz de su amada.

Mi Agus: 
muy pocas personas en el mundo han tenido la suerte de toparse de frente con el amor de su vida y reconocerlo. Yo soy una de ellas, y aunque al principio el miedo quiso alejarme de ti, el inmenso amor que siento fue más poderoso que cualquier otra cosa. Quizás te preguntes cómo lo sé. Bueno, es simple, lo sé porque cuando no estás conmigo me ahogo, la oscuridad me consume y el tiempo se detiene en mi interior. Porque cuando no te tengo me convierto en una mera espectadora de un mundo que no entiendo por qué sigue girando.

Yo sabía que amarte no sería fácil, pero yo no busco lo fácil, yo busco quererte, cuidarte, compartir cada día contigo, despertar cada mañana a tu lado y que seas la última persona a la que bese por las noches.

Sé que tienes miedo, que por momentos piensas en alejarme para protegerme, pero te propongo algo: toma fuerte de mi mano, atravesemos juntas esta tormenta, refúgiate en mi abrazo, en un abrazo que no tiene límites ni barreras.

Cada vez que te sientas sola, triste o asustada, cierra los ojos y encuentra mis labios, mis manos, mi cuerpo y ese abrazo que mantendrá fundidas nuestras almas. Así, cada día en tu ausencia yo lo hago. Busco en mi interior el recuerdo de cada momento que pasamos juntas, de las risas, de las noches enteras conversando, de la pasión que por momentos parecía repletar tu habitación, nuestra habitación, aquella en la que fundíamos nuestros cuerpos, aquella en la que no escatimamos en besos, caricias y abrazos, aquella que vio nacer nuestro amor. 

Te prometo que todo esto que hoy nos atormenta muy pronto se convertirá en tan solo un mal sueño y que volveremos a estar juntas, esta vez para nunca más permitir que nada ni nadie vuelva a separarnos. 

Te amo, tu Dani.

Entre lágrimas Agustina se quedó dormida. Durante la noche se despertó varias veces, empapada en lágrimas y sudor; en sus pesadillas todo era una nebulosa, se veía a la distancia recostada sobre la alfombra en un antiguo living, un hombre sobre ella levantando su falda, la penetraba, podía sentir el dolor, la angustia, el miedo. Luego, en un breve salto en el tiempo, ese mismo hombre, le entregaba una bolsa de cocaína, ella la abría nerviosa, le temblaban las manos, vaciaba un poco sobre una mesa. La aspiraba. Se veía caminando, tambaleando por las calles. Despertaba. Intentaba borrar esas imágenes de su cabeza pero le era imposible. No podía dejar de pensar, de recordar, la culpa la embargaba, un cosquilleo intenso comenzó a recorrer su cuerpo, sentía unas ganas incontrolables de gritar. Así, una y otra vez se dormía y volvía a despertar.

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A la mañana siguiente, en casa de Daniela 

Daniela bajó a desayunar tras varios llamados de su madre. Estaba somnolienta, con los ojos hinchados de tanto llorar, aletargada y silente. Estar en medio de las bulliciosas mañanas familiares le parecía una proeza difícil de superar. Sus padres la observaban preocupados al tiempo que enviaban a los niños a ordenar sus cosas para salir al colegio.

- Quiero que te alejes de esa niña para siempre. Soltó el padre en un desesperado aliento ante la mirada atónita de Daniela.

- Han sido demasiadas noches escuchándote llorar. Continuó la madre.

Daniela agachó la mirada, cerró los ojos esperando despertar de aquel mal sueño en el que estaba envuelta. Se levantó de la mesa en silencio para emprender camino hacia su habitación.

El padre la detuvo con una violencia inusitada en él.

- Te estamos hablando pendeja de mierda. Ya nos bastó con que decidieras estudiar teatro, con descubrir que frecuentabas lugares en el que el alcohol y las drogas son pan de cada día, con que salieras lesbiana, pero enamorada de una narcotraficante. No. Eso no. Así que tu famosa historia de amor se acaba aquí y ahora. Entendido. Dijo a gritos su padre.

Daniela no miró con desprecio.

- Enciérrame, pégame, has lo que quieras, pero a Agustina la voy a amar y apoyar en todo hasta el último día de mi vida. Le gritó ante la mirada aterrada de sus hermanos pequeños.

De un cachetazo su padre enmudeció sus palabras. Los niños lloraban, la madre intentaba sin resultado calmar la situación. Nunca en su familia el descontrol y la violencia se habían apoderado de aquella manera de una discusión.

Daniela lloraba de impotencia, le ardía el rostro, su cabeza daba vueltas, logró con fuerza zafarse de su padre para salir corriendo hacia su habitación. Logró por poco encerrarse con pestillo en ella, mientras su padre golpeaba con descontrol la puerta gritando que le abriera.

- Mejor. Quédate ahí encerrada, porque de esta casa no vuelves a salir hasta que yo lo decida. Gritó su padre, ya agotado al tiempo que Daniela sentía sus pasos alejarse.

viernes, 17 de enero de 2020

Capítulo VII (Tercera Parte)

Algunos días en la semana, durante la mañana iban los evangélicos a conversar con las internas, por lo general cuando eso ocurría Agustina y Fabiola se escondían en la habitación. Sin embargo, ese día ambas se quedaron en el patio escuchando las prédicas, un poco en broma, un poco en serio. Al rato Fabiola se aburrió y se fue, Agustina decidió quedarse ahí. Era como si aquellas palabras acerca de Dios la regresaran a los domingos de niña en misa junto a su familia y por un momento se sintió reconfortada, confiada y con esperanza.

- Hola, me llamo Dara, se presentó una joven de no más de 18 años, con una larga cabellera negra amarrada en una trenza que colgaba sobre su hombro derecho, sus ojos gris pardo resaltaban sobre su tez morena, usaba una blusa blanca un tanto anticuada abotonada hasta el cuello y una falda larga de color salmón.

Agustina la observó de pies a cabeza durante unos segundos antes de contestar.

- Yo soy Agustina.

- ¿Por qué delito caíste? Le preguntó Dara.

- Tráfico, respondió avergonzada Agustina.

- Bueno, me imagino que esta es tu primera vez así que vas a salir rápido, le contestó una positiva Dara.

Agustina le sonrió esperanzada al tiempo que una gendarme la llamaba para salir al abogado.

- Nos vemos la próxima semana Agustina. Alzó la voz Dara mientras la veía alejarse.

Agustina miró hacia atrás y le sonrió. Dara la observó desaparecer al fondo de un largo corredor.


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Entre los amigos y conocidos de Agustina y Daniela ya había corrido el rumor de que estaba en la cárcel junto a Félix por narcotráfico. El bar llevaba varios días cerrado y la gente había comenzado a hablar y especular. Así llegó a oídos de Josefina quien al enterarse cayó sentada sobre un sillón junto al ventanal del living de su departamento. Inmediatamente llamó a Andrea para preguntarle si era verdad.

Al responder el teléfono lo primero que dijo Andrea fue “sí, es verdad y no preguntes más”. A Josefina apenas le salía la voz y aunque le pidió a Andrea que le diera más detalles no consiguió sacarle más información. Durante meses le deseó lo peor a su ex, pero esto era mucho más de lo que podía imaginar. Intentó alegrarse, disfrutar el momento; sin embargo, un sentimiento de culpa comenzó a inundarla. Debía saber más, descubrir ¿qué fue lo que pasó? Y ¿cómo Félix y Agustina terminaron en la cárcel?

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 Como cuando trabajaba en el bar Agustina siempre estaba borracha o drogada, - en realidad la mayoría de las veces ambas -, a duras penas pudo reconocer la cara de la abogada que la esperaba sentada en una mesa al final de una amplia y ruidosa sala rectangular con murallas de concreto sin ventanas, demoró unos minutos en llegar a ella. La saludó avergonzada mientras sentía como un hielo intenso iba subiendo desde los dedos de sus pies hasta su cabeza, sentía pánico de escuchar lo que la abogada le tenía que decir.

- A ver Agustina, no te voy a mentir, tu situación es complicada. Mira en el papel arriesgas como mínimo 5 años y un día de cárcel efectiva.

Agustina quedó petrificada.

- Pero no te preocupes, porque la cosa no es tan así, mira ya hablé con Vicente y Daniela y me contaron más o menos como fue la historia. Y creo que lo mejor es que aceptes responsabilidad en lo que pasó.

- Pero yo no fui… La interrumpió Agustina.

- A ver ¿vendías droga en el bar? ¿Le llevaste alguna vez papelinas de coca a los clientes?

- Sí, respondió Agustina. De manera casi inaudible.

- Entonces no me mientas ni trates de engañarte a ti misma, tu sabías lo que pasaba en ese bar y participaste por lo que en vez de seguir retrasando las cosas voy a negociar un abreviado y como no tienes antecedentes y vas a declarar contando todo lo que pasó, te voy a dejar a tres años en libertad vigilada intensiva.

- ¿Qué significa eso? Preguntó Agustina.

- Significa que te vas a ir a la calle pero que vas a tener que cumplir ciertos requisitos como ir a un Centro de Reinserción Social en el que de seguro te van a poner en terapia por tu consumo problemático de drogas.

- ¿Y en cuánto tiempo me puedes sacar? Preguntó Agustina.

- Mira yo creo que en más o menos cuatro meses, puede ser menos pero necesito que me des tiempo. Ten paciencia.

- Me voy a morir cuatro meses acá, sollozó Agustina.

- Intentaré que sea menos, pero tienes que tener paciencia, haz cosas, no se métete a cursos, trabaja, intenta mantener la mente ocupada. Ahora fírmame esto y te voy a estar viniendo a ver para contarte como va todo y saber cómo estás.

La abogada se puso de pie, abrazó a Agustina y le pidió que tuviera fuerza, prometiéndole que no la iba a dejar sola. Le entregó además una carta que le envió Daniela.

- Espera, necesito hacerte una pregunta más. Replicó Agustina.

- Dime. Contestó la abogada.

- ¿Quién te está pagando? Acá adentro dicen que los privados son súper caros. Preguntó.

- De eso no te preocupes. Tienes buenos amigos y una mujer que te adora. Tú enfócate en sobrevivir acá adentro, del resto nos preocupamos nosotros. Además la Anto te conoce hace mucho tiempo y te tiene mucho cariño, te mandó un abrazo.

Agustina abrazó sobre su pecho la carta de Daniela. La culpa repletaba sus sentidos. Nunca iba a lograr entender como esa guapa, dulce y maravillosa mujer pudo fijarse en ella.

lunes, 2 de diciembre de 2019

Capítulo VI (Tercera Parte)


A las 21:30 como todas las noches la madre de Daniela llamaba a los más pequeños a poner la mesa. Era el momento de conversar el día y compartir en familia. Daniela bajó en silencio, esperando el momento de poder conversar con sus padres, de poder contarles lo que estaba pasando con Agustina, quizás a ellos se les ocurriría una idea para ayudarla. Pero con sus hermanos ahí era difícil poder tocar el tema, así que esperó a que terminaran de comer y la madre los enviara a acostarse mientras su padre lavaba la losa.

-          Papá, mamá, necesito conversar con ustedes. ¿Podemos tomarnos un trago? Les tengo que contar algo y necesito que me ayuden.

El padre sacó una botella de whisky y sirvió tres vasos. Presentía que lo que se venía era para un trago fuerte. Los tres se sentaron en el living y Daniela tomó un largo bocado de aire, exhaló con fuerza y les contó lo que estaba ocurriendo con Agustina.

-          ¿Y esa niñita no tiene familia? Preguntó su padre, después de algunos segundos de un incómodo silencio.

-          No. Respondió Daniela. Vicente ya los llamó y le respondieron que se pudra en la cárcel, que no pensaban ayudarla. Continuó.

-          ¿Y tú qué quieres hacer Daniela? ¿Quedarte años esperándola? Intervino su madre. Es que por algo ni su familia la apoya, debe ser bastante problemática esa niñita, continuó la madre.

-          Su familia no la apoya porque es lesbiana. Replicó Daniela algo molesta. Y sí mamá, la quiero apoyar, ahora y toda la vida, yo la conozco y sé que es una buena mujer, sólo está perdida. No tiene apoyo, a nadie, solo a Vicente y a mí.

-          ¿Y qué quieres que hagamos nosotros? Preguntó su padre.

-          No se papá, que me ayuden, que me digan que hacer o por lo menos que me digan que me apoyan, que puedo contarles las cosas, que puedo confiar en ustedes.

-          No manipules Daniela, nosotros siempre te hemos apoyado, pero perdóname, no era precisamente nuestra idea de vida para ti que te emparejaras con una lesbiana narcotraficante. Aseveró molesto su padre.

-          ¿Y tú crees que esto estaba en mis proyectos de vida? Le respondió llorando Daniela.

La madre en un ánimo más conciliador le aconsejó a Daniela buscar un abogado para Agustina y muy a pesar de lo que esperaba para su hija ir a verla, llevarle lo que necesitara y apoyarla durante el proceso.

-          Por último, después ves si eres capaz de seguir cargando con una pareja como ella le dijo. Al tiempo que el padre se levantaba para servirse otro whisky con el ceño fruncido, notoriamente enojado.

-          En mi casa no vuelve a poner un pie. Le dijo, levantando bastante la voz.

Tomó su vaso y se encerró en su escritorio.

Daniela miró desconsolada a su mamá quien con un gesto le pidió que se quedara tranquila, como asegurándole que su padre se iba a calmar. Finalmente, a diferencia de Agustina la Dani tenía una familia que la quería y apoyada a toda costa, pasara lo que pasara.

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Aún no amanecía pero el frío despertó a Agustina, le costó unos minutos entender dónde estaba, miraba a su alrededor intentando enfocar la vista, en la cama de abajo aún dormía Fabiola. Frente a ella en los otros dos camarotes se escuchaban algunos ronquidos, agus prefirió no moverse y esperar a que poco a poco sus nuevas compañeras de cuarto comenzaran a despertar. La espera se le hizo larga, tenía hambre y ganas de ir al baño, pero no se atrevía a mover un solo músculo, poco a poco la fueron inundando la angustia y unas ganas incontrolables de llorar.

Fabiola despertó con sus gemidos ahogados, se levantó acarició su cabeza y la invitó a desayunar.

-          Primero vamos a ducharnos para agarrar agua caliente, le dijo.

Ambas se levantaron fueron al baño, se ducharon y partieron a los comedores a buscar un café y pan. Esa mañana ambas chicas se contaron prácticamente toda  la vida. Ante la historia de Fabiola, Agustina se sintió mal agradecida, débil y en resumen una pésima persona.

-          Tranquila rucia, a cada una le toca lo que puede soportar. Intentó reconfortarla Fabiola.

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Tres días después

Agustina estaba en el patio de su módulo conversando con algunas compañeras mientras compartían un cigarrillo cuando escucha su nombre a través de los altoparlantes. Miró desconcertada y algo asustada a las chicas. Ellas rieron y le explicaron que lo más probable fuera que la estaban llamando para la visita. La agus caminó hacia la gendarme que la llevó a una sala grande con rejas cubriendo las ventanas y varias mesas con sus respectivas sillas.

 Miró alrededor hasta ver a Daniela quien se puso de pie para saludarla tímidamente con un gesto de mano.

-          ¿Qué haces acá? Le dijo.

-          Vine a verte Agustina. Respondió Daniela.

-          Ándate Daniela, no te quiero volver a ver acá. Este no es lugar para ti y claramente yo no soy la mujer para ti. Dijo Agustina con seriedad.

Daniela tomó un respiro antes de comenzar hablar. Inhaló profundamente y replicó.

-          Mira Agustina, no estas ni en el momento ni en la posición de ponerte idiota y te guste o no voy a seguir acompañándote y apoyándote porque te amo. Porque no me voy a dar por vencida contigo. Así que déjate de pendejadas y hablemos de lo importante.

Agustina intentó continuar hablando pero Daniela no se lo permitió.

-          Mira agus. Estuve hablando con Vicente y se nos ocurrió llamar a la Anto ¿te acuerdas de ella? Era clienta del bar, creo que trabajó un tiempo ahí, su pareja es abogada y te puede ayudar. Ya hablé con ella y me dijo que mañana en la tarde te iba a venir a ver. Finalizó Daniela.

-          ¿Con qué plata Dani? Estas locas. Replicó Agustina.

-          Eso ya está arreglado. Así que tú no te preocupes. Y si de verdad no me quieres ver más: ok. Ningún problema, pero créeme que voy a seguir viniendo, a seguir trayéndote la encomienda* y a seguir preocupada de sacarte de aquí.

Ambas tenían los ojos llenos de lágrimas, se abrazaron y besaron mientras con la voz entrecortada Agustina le pedía disculpas y le rogaba que no la dejara sola. Daniela tomó su cara con ambas manos, le dio un beso suave y le dijo: “te amo como no imaginé que era capaz de amar y nunca te voy a dejar sola”.


·         La encomienda es un paquete de productos tanto comestibles como útiles de aseo que se le pueden entrar a los internos de una cárcel siendo estos autorizados por gendarmería.



Capítulo V (Tercera Parte)


“Tenemos que conseguirle un abogado”, fueron las primeras palabras de Daniela una vez terminada la audiencia en la que se lo controló la detención a Agustina. Vicente aún petrificado y agradeciendo internamente haber renunciado días antes al bar afirmó con la cabeza. Ambos bajaron en silencio intentando asimilar lo que acababa de ocurrir.

Caminaron en silencio hacia el metro, Daniela ya no podía contener las lágrimas. La imagen de su novia esposada, avanzando con la mirada perdida en el piso de aquel tribunal la atormentaba, hubiera dado su vida por sacarla de ahí por  llevársela a casa, por abrazarla y besarla, ¿cómo no me di cuenta antes? ¿Hubiera podido evitar todo esto de haber estado más atenta? Se culpaba, pero en el fondo sabía que no había nada que ella pudiera hacer.

Al despedirse Vicente la abrazó con fuerza y le pidió que no dejara sola a Agustina por lo menos hasta que pudieran sacarla de ahí. Ni por un momento a Daniela se le cruzó la idea de alejarse, no podía dejar a la mujer que amaba sola en medio de su peor pesadilla.

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El tiempo pasa lento cuando el miedo y la incertidumbre se apoderan de los pensamientos. Agustina continuaba sentada en las celdas del edificio de tribunales, un gendarme le dijo que debía esperar su traslado a la cárcel de mujeres en donde debía pasar algunos meses hasta esperar su condena.

En alguna hora de la tarde comenzó el traslado de los imputados en prisión preventiva, nuevamente la esposaron y la llevaron a través de unos pasillos subterráneos hacia un bus de gendarmería que la llevaría a su lugar de destino junto a otras mujeres. No sentía miedo, ya no sentía nada, era como si estuviera viviendo en un sueño del cual no podía despertar, escuchaba personas hablando, a su lado una joven no mayor que ella lloraba desconsolada por sus hijos, al cerrar los ojos solo podía ver a Daniela sentada en el tribunal, como si esa imagen fuera la única que podría recordar de ella.   

Al llegar a la cárcel nuevamente debió esperar en una pequeña celda junto a otras dos mujeres, hasta que horas o minutos más tarde, - la verdad ya no sabía -, llegó una gendarme que la hizo pasar a una pequeña habitación sin ventanas, decorada (si se le puede llamar así) con un escritorio y una silla de madera, dentro otra gendarme le dijo que debían clasificarla, le preguntaron algunos datos, como nombre y número de cédula de identidad, luego si tenía tatuajes y relatar cada uno de ellos. Agustina tenía tres, un unicornio en la espalda, un crucifijo en el pie y la frase “Al Is full of love” escrita en su antebrazo derecho.

Luego de eso le dieron un té y una marraqueta sola y la llevaron a su módulo, en el cuarto piso de un edificio antiguo que hedía a humedad.

A medida que avanzaba hacia su camarote, asignado por la gendarme a cargo del piso, escuchaba silbidos y comentarios de algunas reclusas.

-          Hola rucia, ¿Qué haces acá? ¿Se le perdió el Hyatt? Al tiempo que reían y se burlaban.

Agustina las miró con odio, sin pensar ni medir las consecuencias.

-          Se enojó la cuica, gritaron algunas.

Agustina agachó la cabeza. Era mejor no meterse en problemas. Miró su cama, en ella había solo un colchón roñoso, ni sábanas, ni menos frazadas, estaba sólo con lo que traía puesto de la noche anterior. Sin embargo, el frío era lo que en ese momento menos le importaba.

-          Hola, ¿cómo te llamaí? Le pregunto una chica.

-          Agustina.

-          Yo Fabiola. Toma, ocupa esta frazada y anda a lavarte los dientes, le dijo al tiempo que le entregó una bolsa de plástico con un cepillo de dientes y una pasta.

Agustina nunca se había sentado tan agradecida. Le sonrió al tiempo que le preguntaba dónde está el baño.  Fabiola la acompañó mientras le contaba las reglas del lugar.

Básicamente, respetar el aseo, limpiar y ser obediente con las más antiguas.

-          Así caeza e choclo vai a andar piolita aquí adentro.

A pesar del miedo, la angustia y la incertidumbre Agustina se sintió reconfortada con la presencia de Fabiola.