Caminaron en silencio
hacia el metro, Daniela ya no podía contener las lágrimas. La imagen de su
novia esposada, avanzando con la mirada perdida en el piso de aquel tribunal la
atormentaba, hubiera dado su vida por sacarla de ahí por llevársela a casa, por abrazarla y besarla,
¿cómo no me di cuenta antes? ¿Hubiera podido evitar todo esto de haber estado
más atenta? Se culpaba, pero en el fondo sabía que no había nada que ella
pudiera hacer.
Al despedirse Vicente
la abrazó con fuerza y le pidió que no dejara sola a Agustina por lo menos hasta
que pudieran sacarla de ahí. Ni por un momento a Daniela se le cruzó la idea de
alejarse, no podía dejar a la mujer que amaba sola en medio de su peor
pesadilla.
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El tiempo pasa lento
cuando el miedo y la incertidumbre se apoderan de los pensamientos. Agustina continuaba
sentada en las celdas del edificio de tribunales, un gendarme le dijo que debía
esperar su traslado a la cárcel de mujeres en donde debía pasar algunos meses
hasta esperar su condena.
En alguna hora de la
tarde comenzó el traslado de los imputados en prisión preventiva, nuevamente la
esposaron y la llevaron a través de unos pasillos subterráneos hacia un bus de
gendarmería que la llevaría a su lugar de destino junto a otras mujeres. No
sentía miedo, ya no sentía nada, era como si estuviera viviendo en un sueño del
cual no podía despertar, escuchaba personas hablando, a su lado una joven no
mayor que ella lloraba desconsolada por sus hijos, al cerrar los ojos solo
podía ver a Daniela sentada en el tribunal, como si esa imagen fuera la única que
podría recordar de ella.
Al llegar a la cárcel
nuevamente debió esperar en una pequeña celda junto a otras dos mujeres, hasta
que horas o minutos más tarde, - la verdad ya no sabía -, llegó una gendarme
que la hizo pasar a una pequeña habitación sin ventanas, decorada (si se le
puede llamar así) con un escritorio y una silla de madera, dentro otra gendarme
le dijo que debían clasificarla, le preguntaron algunos datos, como nombre y
número de cédula de identidad, luego si tenía tatuajes y relatar cada uno de
ellos. Agustina tenía tres, un unicornio en la espalda, un crucifijo en el pie
y la frase “Al Is full of love” escrita
en su antebrazo derecho.
Luego de eso le dieron un té y una marraqueta sola y
la llevaron a su módulo, en el cuarto piso de un edificio antiguo que hedía a
humedad.
A medida que avanzaba
hacia su camarote, asignado por la gendarme a cargo del piso, escuchaba silbidos
y comentarios de algunas reclusas.
-
Hola rucia,
¿Qué haces acá? ¿Se le perdió el Hyatt? Al tiempo que reían y se burlaban.
Agustina las miró con
odio, sin pensar ni medir las consecuencias.
-
Se enojó la cuica, gritaron algunas.
Agustina agachó la
cabeza. Era mejor no meterse en problemas. Miró su cama, en ella había solo un
colchón roñoso, ni sábanas, ni menos frazadas, estaba sólo con lo que traía
puesto de la noche anterior. Sin embargo, el frío era lo que en ese momento
menos le importaba.
-
Hola, ¿cómo te llamaí? Le pregunto una
chica.
-
Agustina.
-
Yo Fabiola. Toma, ocupa esta frazada y
anda a lavarte los dientes, le dijo al tiempo que le entregó una bolsa de
plástico con un cepillo de dientes y una pasta.
Agustina nunca se había
sentado tan agradecida. Le sonrió al tiempo que le preguntaba dónde está el
baño. Fabiola la acompañó mientras le
contaba las reglas del lugar.
Básicamente, respetar el aseo, limpiar y ser
obediente con las más antiguas.
-
Así caeza
e choclo vai a andar piolita aquí
adentro.
A pesar del miedo, la angustia y la incertidumbre Agustina
se sintió reconfortada con la presencia de Fabiola.
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