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lunes, 2 de diciembre de 2019

Capítulo V (Tercera Parte)


“Tenemos que conseguirle un abogado”, fueron las primeras palabras de Daniela una vez terminada la audiencia en la que se lo controló la detención a Agustina. Vicente aún petrificado y agradeciendo internamente haber renunciado días antes al bar afirmó con la cabeza. Ambos bajaron en silencio intentando asimilar lo que acababa de ocurrir.

Caminaron en silencio hacia el metro, Daniela ya no podía contener las lágrimas. La imagen de su novia esposada, avanzando con la mirada perdida en el piso de aquel tribunal la atormentaba, hubiera dado su vida por sacarla de ahí por  llevársela a casa, por abrazarla y besarla, ¿cómo no me di cuenta antes? ¿Hubiera podido evitar todo esto de haber estado más atenta? Se culpaba, pero en el fondo sabía que no había nada que ella pudiera hacer.

Al despedirse Vicente la abrazó con fuerza y le pidió que no dejara sola a Agustina por lo menos hasta que pudieran sacarla de ahí. Ni por un momento a Daniela se le cruzó la idea de alejarse, no podía dejar a la mujer que amaba sola en medio de su peor pesadilla.

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El tiempo pasa lento cuando el miedo y la incertidumbre se apoderan de los pensamientos. Agustina continuaba sentada en las celdas del edificio de tribunales, un gendarme le dijo que debía esperar su traslado a la cárcel de mujeres en donde debía pasar algunos meses hasta esperar su condena.

En alguna hora de la tarde comenzó el traslado de los imputados en prisión preventiva, nuevamente la esposaron y la llevaron a través de unos pasillos subterráneos hacia un bus de gendarmería que la llevaría a su lugar de destino junto a otras mujeres. No sentía miedo, ya no sentía nada, era como si estuviera viviendo en un sueño del cual no podía despertar, escuchaba personas hablando, a su lado una joven no mayor que ella lloraba desconsolada por sus hijos, al cerrar los ojos solo podía ver a Daniela sentada en el tribunal, como si esa imagen fuera la única que podría recordar de ella.   

Al llegar a la cárcel nuevamente debió esperar en una pequeña celda junto a otras dos mujeres, hasta que horas o minutos más tarde, - la verdad ya no sabía -, llegó una gendarme que la hizo pasar a una pequeña habitación sin ventanas, decorada (si se le puede llamar así) con un escritorio y una silla de madera, dentro otra gendarme le dijo que debían clasificarla, le preguntaron algunos datos, como nombre y número de cédula de identidad, luego si tenía tatuajes y relatar cada uno de ellos. Agustina tenía tres, un unicornio en la espalda, un crucifijo en el pie y la frase “Al Is full of love” escrita en su antebrazo derecho.

Luego de eso le dieron un té y una marraqueta sola y la llevaron a su módulo, en el cuarto piso de un edificio antiguo que hedía a humedad.

A medida que avanzaba hacia su camarote, asignado por la gendarme a cargo del piso, escuchaba silbidos y comentarios de algunas reclusas.

-          Hola rucia, ¿Qué haces acá? ¿Se le perdió el Hyatt? Al tiempo que reían y se burlaban.

Agustina las miró con odio, sin pensar ni medir las consecuencias.

-          Se enojó la cuica, gritaron algunas.

Agustina agachó la cabeza. Era mejor no meterse en problemas. Miró su cama, en ella había solo un colchón roñoso, ni sábanas, ni menos frazadas, estaba sólo con lo que traía puesto de la noche anterior. Sin embargo, el frío era lo que en ese momento menos le importaba.

-          Hola, ¿cómo te llamaí? Le pregunto una chica.

-          Agustina.

-          Yo Fabiola. Toma, ocupa esta frazada y anda a lavarte los dientes, le dijo al tiempo que le entregó una bolsa de plástico con un cepillo de dientes y una pasta.

Agustina nunca se había sentado tan agradecida. Le sonrió al tiempo que le preguntaba dónde está el baño.  Fabiola la acompañó mientras le contaba las reglas del lugar.

Básicamente, respetar el aseo, limpiar y ser obediente con las más antiguas.

-          Así caeza e choclo vai a andar piolita aquí adentro.

A pesar del miedo, la angustia y la incertidumbre Agustina se sintió reconfortada con la presencia de Fabiola.


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