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domingo, 19 de enero de 2020

Capítulo VIII (Tercera Parte)

Dos días antes, de madrugada

Daniela no lograba conciliar el sueño, la imagen de Agustina en la cárcel al estilo Orange Is The New Black o peor aún Vis a Vis, la atormentaba al nivel de provocarle espantosas pesadillas, la imaginaba en medio de peleas, siendo golpeada, abusada; todos los días se despertaba sudando, horrorizada. Lo único que le traía calma era el hecho de ya haber contactado a la abogada y tener la esperanza de que su novia podría salir en libertad.

Esa tarde se reunirían para cerrar el trato y comenzar a trabajar con Agustina. Pero antes Daniela necesitaba decirle todo lo que estaba sintiendo, desnudar su alma en una carta, sabía era la única manera en que conseguiría sacar de adentro todos sus sentimientos, pero por sobre todo, era la única manera en que Agustina la escucharía. Tomó un cuaderno y recostada sobre su cama comenzó a escribir pudiendo apenas contener las lágrimas.

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Dos días después

Agustina sube a su litera, ya era de noche. Poco a poco el módulo comenzaba a silenciarse, de fondo algunas chicas conversaban, otras ya estaban dormidas. La carta de Daniela la esperaba bajo su almohada, temía leerla, le daba pánico descubrir cuanto hirió al amor de su vida, peor aún le horrorizaba la idea de darse cuenta de que el daño, la grieta en su corazón se había transformado en un abismo imposible de cerrar.

Cerró los ojos por un momento y como hace años no hacía, le rogó a Dios que Daniela, en aquella carta no estuviera terminando con ella. Después de un rato tomó la carta, la acomodó frente a una luz que tenuemente entraba desde un foco que iluminaba la única ventana de la habitación, intentando a la vez buscar en su memoria la voz de su amada.

Mi Agus: 
muy pocas personas en el mundo han tenido la suerte de toparse de frente con el amor de su vida y reconocerlo. Yo soy una de ellas, y aunque al principio el miedo quiso alejarme de ti, el inmenso amor que siento fue más poderoso que cualquier otra cosa. Quizás te preguntes cómo lo sé. Bueno, es simple, lo sé porque cuando no estás conmigo me ahogo, la oscuridad me consume y el tiempo se detiene en mi interior. Porque cuando no te tengo me convierto en una mera espectadora de un mundo que no entiendo por qué sigue girando.

Yo sabía que amarte no sería fácil, pero yo no busco lo fácil, yo busco quererte, cuidarte, compartir cada día contigo, despertar cada mañana a tu lado y que seas la última persona a la que bese por las noches.

Sé que tienes miedo, que por momentos piensas en alejarme para protegerme, pero te propongo algo: toma fuerte de mi mano, atravesemos juntas esta tormenta, refúgiate en mi abrazo, en un abrazo que no tiene límites ni barreras.

Cada vez que te sientas sola, triste o asustada, cierra los ojos y encuentra mis labios, mis manos, mi cuerpo y ese abrazo que mantendrá fundidas nuestras almas. Así, cada día en tu ausencia yo lo hago. Busco en mi interior el recuerdo de cada momento que pasamos juntas, de las risas, de las noches enteras conversando, de la pasión que por momentos parecía repletar tu habitación, nuestra habitación, aquella en la que fundíamos nuestros cuerpos, aquella en la que no escatimamos en besos, caricias y abrazos, aquella que vio nacer nuestro amor. 

Te prometo que todo esto que hoy nos atormenta muy pronto se convertirá en tan solo un mal sueño y que volveremos a estar juntas, esta vez para nunca más permitir que nada ni nadie vuelva a separarnos. 

Te amo, tu Dani.

Entre lágrimas Agustina se quedó dormida. Durante la noche se despertó varias veces, empapada en lágrimas y sudor; en sus pesadillas todo era una nebulosa, se veía a la distancia recostada sobre la alfombra en un antiguo living, un hombre sobre ella levantando su falda, la penetraba, podía sentir el dolor, la angustia, el miedo. Luego, en un breve salto en el tiempo, ese mismo hombre, le entregaba una bolsa de cocaína, ella la abría nerviosa, le temblaban las manos, vaciaba un poco sobre una mesa. La aspiraba. Se veía caminando, tambaleando por las calles. Despertaba. Intentaba borrar esas imágenes de su cabeza pero le era imposible. No podía dejar de pensar, de recordar, la culpa la embargaba, un cosquilleo intenso comenzó a recorrer su cuerpo, sentía unas ganas incontrolables de gritar. Así, una y otra vez se dormía y volvía a despertar.

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A la mañana siguiente, en casa de Daniela 

Daniela bajó a desayunar tras varios llamados de su madre. Estaba somnolienta, con los ojos hinchados de tanto llorar, aletargada y silente. Estar en medio de las bulliciosas mañanas familiares le parecía una proeza difícil de superar. Sus padres la observaban preocupados al tiempo que enviaban a los niños a ordenar sus cosas para salir al colegio.

- Quiero que te alejes de esa niña para siempre. Soltó el padre en un desesperado aliento ante la mirada atónita de Daniela.

- Han sido demasiadas noches escuchándote llorar. Continuó la madre.

Daniela agachó la mirada, cerró los ojos esperando despertar de aquel mal sueño en el que estaba envuelta. Se levantó de la mesa en silencio para emprender camino hacia su habitación.

El padre la detuvo con una violencia inusitada en él.

- Te estamos hablando pendeja de mierda. Ya nos bastó con que decidieras estudiar teatro, con descubrir que frecuentabas lugares en el que el alcohol y las drogas son pan de cada día, con que salieras lesbiana, pero enamorada de una narcotraficante. No. Eso no. Así que tu famosa historia de amor se acaba aquí y ahora. Entendido. Dijo a gritos su padre.

Daniela no miró con desprecio.

- Enciérrame, pégame, has lo que quieras, pero a Agustina la voy a amar y apoyar en todo hasta el último día de mi vida. Le gritó ante la mirada aterrada de sus hermanos pequeños.

De un cachetazo su padre enmudeció sus palabras. Los niños lloraban, la madre intentaba sin resultado calmar la situación. Nunca en su familia el descontrol y la violencia se habían apoderado de aquella manera de una discusión.

Daniela lloraba de impotencia, le ardía el rostro, su cabeza daba vueltas, logró con fuerza zafarse de su padre para salir corriendo hacia su habitación. Logró por poco encerrarse con pestillo en ella, mientras su padre golpeaba con descontrol la puerta gritando que le abriera.

- Mejor. Quédate ahí encerrada, porque de esta casa no vuelves a salir hasta que yo lo decida. Gritó su padre, ya agotado al tiempo que Daniela sentía sus pasos alejarse.

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