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jueves, 23 de enero de 2020

Capítulo IX (Tercera Parte)

Dos semanas después de la carta de Daniela


Los días eran largos y tediosos en el centro de detención femenino. Sólo Fabiola y Dara ayudaban a que el paso del tiempo no se convirtiera en una cada vez más potente insinuación al suicidio.

Ya hace dos semanas que Agustina no tenía noticias de Daniela y estaba comenzando a perder la razón ¿Esa carta era una despedida? ¿Debía aprender a vivir con el recuerdo de sus abrazos, de su voz y de su piel? ¿De ahora en adelante sólo volvería a sentirla en sueños e ilusiones? Agustina se estaba ahogando en su desesperación.

Aunque al principio tuvo algunas dudas por su religión, finalmente y sobre todo llamada por la necesidad de hablar con alguien le contó todo a Dara, quien se convirtió en su amiga y confidente. La desesperación del encierro se había transformado en miedo a no volver a ver a su Dani y desahogarse, hablar de ella con alguien a esas alturas ya era una obligación.

Poco a poco fue asumiendo su responsabilidad en todo lo que estaba viviendo, el dolor de haber dañado de tal manera a quienes más quería la estaba consumiendo y Dara siempre estuvo ahí para acompañarla y escucharla. Le preguntaba cosas, de su infancia, de su vida, de cómo descubrió su homosexualidad, del amor y de Daniela. Por momentos Agustina llegó a pensar que Dara también quería contarle cosas, que sus preguntas iban más allá de mera curiosidad, más allá de su labor como evangélica, como enviada del señor. Pero nunca se atrevió a preguntarle.

Para Agustina sus padres eran otro tema, uno que pensaba no tenía solución, estaba segura que todo lo que ella era les molestaba, los perturbaba y que preferían tenerla lo más lejos posible de sus vidas. Muy dentro en su corazón los extrañaba, sobre todo por las noches frías y silenciosas en la cárcel añoraba el abrazo de su madre, los cariños en la cabeza de su padre, como cuando era pequeña y se encontraba enferma, algo que en su infancia fue más común de lo usual. Muchas veces llegó a pensar, ya de adulta, que sus constantes fiebres de niña eran los gritos de su alma que anhelaba liberarse, ser aceptada por quien y como era. Algo que en su familia no estaba permitido, por lo menos no para una persona como ella.

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Dos semanas sin ver a Agustina, sin poder llamar a Vicente para avisarle que sus padres la tenían secuestrada en su propia habitación. Sin celular, sin computador, sin contacto con el mundo exterior. Daniela comenzaba a perder la razón, se pasaba el día acostada, llorando, desfalleciendo. Su madre le subía bandejas con comida que apenas tocaba, todos los días intentaba hablar con ella, explicarle que todo lo que hacían era por su bien, para protegerla de un mundo que no le correspondía, para el que no la educaron, pero Daniela se negaba a escucharla, ellos no conocían a su Agus, no tenían idea de quién es y de cuanto se querían.

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Miércoles 10 de la mañana tras un mes sin ver a Daniela 

Todo su módulo tenía visita. Las chicas desde temprano comenzaban a arreglarse para recibir a sus familiares, parejas y amigos. Agustina estaba acostumbrada a no recibir el llamado de gendarmería, a que no la hicieran “sonar” en jerga penitenciaria. Sin embargo, esa mañana escuchó su nombre. Al principio dudó, sin embargo volvieron a llamarla, así que salió entre sus compañeras para recibir a quien fuera que la esperaba. Frente a ella y ante su impacto estaba el padre de Daniela a quien se acercó tímidamente.

Al principio el saludo fue frío, notaba en su mirada el rechazo y desprecio que le decían cuan decepcionados estaban, tanto él como su familia de ella.

- Mira Agustina, primero quiero que sepas que Daniela tiene prohibido venir a verte, no quiero y no voy a permitir que mi hija se involucre en un mundo como este, pero no está bien. Está destrozada. Desde que caíste presa que no hace más que llorar, ya no se levanta de la cama, congeló su escuela de teatro y ya casi ni habla. Por eso vine, porque quiero saber qué ve en ti y por qué le importas tanto. Le dijo.

- No lo sé, ni yo entiendo por qué me quiere, pero lo que sí sé es que quiero cambiar, quiero merecer su amor, quiero sumarle, no restarle. Ya no consumo drogas, estoy juntándome con los evangélicos que vienen a vernos, estoy intentando reconciliarme conmigo, con mi historia y con mi futuro. Tengo clarísimo que ni en sus peores pesadillas se imaginó a alguien como yo para su hija, y yo misma le pedí que se alejara de mí. Pero ahora, a usted le pido, le ruego, que me dé una oportunidad de demostrarles a todos que puedo ser mejor, que puedo cambiar.

- Mira, yo no conozco tu historia, ni la razones por las que una chiquilla como tu terminó aquí, lo que sí sé es que tus padres te dieron la espalda y me imagino que debes sentir que Daniela hizo lo mismo. Por eso vine a hablar contigo, para que sepas que no es así, que fuimos nosotros los que le prohibimos venir a verte. Además tuve una larga conversación con tu amigo Vicente y con tu abogada, me contaron cosas de ti que yo no sabía. También intenté conversar con tu papá…

- Me imagino que eso no salió bien, lo interrumpió Agustina intentando disimular la tristeza en sus ojos.

- No. No salió bien Agustina, pero fue esa conversación con tu padre la que nos empujó con mi mujer a tomar una decisión y por eso estoy acá. Quiero hacerte una propuesta.

Agustina lo miraba atenta, con una mezcla de nervios y miedo, mientras el tono de voz del padre de su novia se iba suavizando poco a poco a medida que la conversación avanzaba.

- Bueno, tu abogada me dijo que muy pronto vas a salir en libertad, me advirtió que saldrás bajo un sistema que se llama libertad vigilada intensiva, que tendrás que ir al sicólogo, trabajar, estudiar y por sobretodo dejar de consumir todo tipo de drogas. Si tú eres capaz de cumplir con esas reglas que no serán impuestas por nosotros, sino que por el sistema judicial, nos gustaría que te vinieras a vivir a nuestra casa.

Agustina quedó atónita, jamás se imaginó que la conversación giraría en ese sentido. No pudo contener las lágrimas.

- Gracias, dijo tímidamente.

El padre de Daniela sonrió con ternura.

- Daniela va a estar muy feliz. Continuó.

- Y yo también. Y le prometo que no les voy a fallar. Que voy a convertirme en la persona que ustedes esperan para su hija. Dijo acelerada Agustina.

- Mira, no prometas nada, porque de verdad esta es una segunda oportunidad que te está dando la vida, no es justo que tan joven hayas terminado sola, que tus padres no te acepten por quien eres, para mí es una aberración y ¿sabes qué? Lo lamento profundamente por ellos. Pero ojo, acá la cosa no es victimizarse, es salir adelante y luchar por lo que quieres, por tus sueños, por ser cada día mejor. Continuó el padre de Daniela quien vio en la mirada de Agustina a una niña perdida y asustada en un mundo que en cierto punto se le vino encima acabando con sus sueños e ilusiones.

Al despedirse el hombre estiró su brazo hacia Agustina para sellar en un apretón de manos el trato con la novia de su hija. Luego la arrastro hacia él dándole un fuerte abrazo.

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