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lunes, 28 de octubre de 2019

Capítulo III (Tercera parte)


Llegué a mi casa cerca del mediodía del lunes, nunca había desayunado en familia me sentía rara y feliz. Ojalá podamos hacer esto mismo en nuestra casa le dije a Daniela mientras la acompañaba a la escuela de teatro aferrada a su mano. Ella sonrió. Hace algunos meses a ninguna de las dos ni siquiera se nos cruzó por la cabeza que terminaríamos como una verdadera pareja compartiendo con sus padres, despertando abrazadas, viviendo el día a día como si fuéramos una pareja normal, como si en mí hubiera algo de normal. Una normalidad que lamentablemente no duraría mucho tiempo.

Ese lunes en el que todo parecía un sueño hecho realidad acabaría de golpe tras regresar a casa. Una decisión cambiaría mi futuro para siempre.

Dejé en la puerta de su escuela a Daniela, nos besamos como si no hubiera nadie a nuestra alrededor, la miré subir las escaleras hacia la entrada y me regresé caminando, sonriendo, escuchando música y cantando como si nada ni nadie pudiera sacarme de ese paraje repleto de ilusiones en el que se estaba convirtiendo mi vida. Paso a paso iba construyendo una vida y un mundo, desayunos en la cama, almuerzos conversados, cocinando juntas, llegando por las tardes a contarnos el día, decorando juntas nuestro departamento, incluso nos imaginé adoptando un perro, invitando a sus padres a comer, noches interminables haciendo el amor, besos y abrazos hasta dormirnos.

Así llegué al departamento, Vicente y Andrea conversaban en el living mientras se tomaban unas cervezas, me senté en la alfombra frente a ellos, abrí una botella y les pregunté de qué hablaban.

-          Renuncié el bar. Dijo Vicente. Me ofrecieron un trabajo mucho mejor, más dinero, más tranquilidad y sobretodo menos peligros. Yo que tu Agus renuncio también. Continuó.

-          Ahora  que estas con Daniela deberías pensar en volver a estudiar, en buscarte un trabajo de día, en alejarte del copete y la coca. Agregó Andrea.

La verdad no había pensado en el bar ni el carrete durante varios días, Dani me hacía feliz, con ella me sentía completa, pero no era cosa de llegar y dejar el bar, aunque tampoco era una mala idea.

-          Lo voy a pensar, les dije.

-          No lo pienses, hazlo. Insistió Andrea.

-          Ok. En verdad tienen razón, debería irme de ahí, así no la cago de nuevo, pero igual voy a darle unos días a Félix para que encuentre gente. No podemos dejarlo botado los dos. Dije mirando a Vicente.

-          Bueno Agus, haz lo que quieras. Dijeron ambos casi a la par.

Luego les conté todos los detalles acerca de mi domingo con la familia de Daniela, de lo buenas personas que eran y de lo feliz que por primera vez en años estaba. Conversamos toda la tarde, pedimos unas pizzas para celebrar el nuevo trabajo de Vicho y ya entrando la noche llegó Daniela que se pudo feliz cuando le conté que estaba pensando dejar el bar, nunca le gustó el ambiente y no le tenía confianza a Félix, lo culpaba a él de todos mis excesos, porque aunque intentaba bajarle el perfil a la situación y simplemente mirar para otro lado, sabía que yo ahí consumía cocaína, lo que nunca imaginó es que fuera tanto y menos hasta donde estaba involucrada con todo lo que ocurría en el lugar. Le prometí que le daría una semana para que consiguiera un nuevo equipo de trabajo y luego buscaría algo que me mantuviera alejada del carrete. Vicente y Andrea apoyaron completamente mi decisión. Por primera vez mis mejores amigos y mi novia estaban completamente de acuerdo. La noche continuó entre cervezas, pizzas, conversaciones y risas.

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Ese miércoles abrimos como siempre a eso de las 8, como sabíamos que sería una noche lenta nos preparamos unas piscolas y un par de rayas para animarnos y como decía Félix “compartir” (bueno es mi despedida de los jales pensé mientras inhalaba ese polvo blanco que durante años me dio de todo, alegría, éxtasis y también dolor).

A eso de las 9 de la noche llegaron las primeras mesas, en una había un grupo de viejos clientes del local y en la otra una pareja a la que nunca habíamos visto. Ella pidió una copa de champagne y él un ron con coca cola, me llamó la atención que a pesar de que pasaba el rato apenas tocaron sus tragos. Pero bueno, no todos eran como yo o los clientes habituales, la gente hace durar sus copas, pensé. Al tiempo que iba a la cocina, me armaba unas líneas y conversaba con Félix. En eso, la pareja me pregunta si tenemos algo para comer.

-          Hoy está cerrada la cocina, le respondí.

-          Estás bien dura, me dice ella.

Sólo atiné a reírme de manera nerviosa, al tiempo que el grupo de la otra mesa me pedía otra ronda. Félix me mandó los tragos con dos bolsas de cocaína que dejé disimuladamente bajo una servilleta. Al regresar a la barra la pareja se pone de pie, sacaron sus armas y gritando nos ordenaron acostarnos en el suelo.

-          Al suelo, al suelo mierda, manos sobre la cabeza. Gritaban al tiempo que entraban 4 policías armas en mano.

Todo se tornó borroso, mi mente estaba en blanco. Los gritos, las armas, los susurros, Félix recostado a mi lado. Los otros clientes. La policía registrando el lugar.

-          Abre las piernas me ordenaba una mujer, al tiempo que violentamente me las separaba, comenzó a tocarme a registrar mis bolsillos. Dos paquetes chicos tiene la princesa dijo en voz alta.

-          Y este otro ladrillo replicó alguien a sus espaldas al tiempo que lanzaba sobre mi espalda uno de los paquetes que Félix guardaba en la cocina. Sentí una fuerte patada en las costillas. 

-          De pie. Gritaban. Pero a esas alturas ya no estaba segura si me lo decían a mi. 

-      Párate mierda. Manos en la espalda. Sentí las esposas frías envolver mis muñecas, estaba mareada. Aterrada. Alguien tomó mis brazos con fuerza y me puso de pie. 

De ahí todo se volvió silencio. Esta vez sí había cruzado al otro lado de la línea.





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