Ese lunes en el que
todo parecía un sueño hecho realidad acabaría de golpe tras regresar a casa.
Una decisión cambiaría mi futuro para siempre.
Dejé en la puerta de su
escuela a Daniela, nos besamos como si no hubiera nadie a nuestra alrededor, la
miré subir las escaleras hacia la entrada y me regresé caminando, sonriendo,
escuchando música y cantando como si nada ni nadie pudiera sacarme de ese paraje
repleto de ilusiones en el que se estaba convirtiendo mi vida. Paso a paso iba
construyendo una vida y un mundo, desayunos en la cama, almuerzos conversados,
cocinando juntas, llegando por las tardes a contarnos el día, decorando juntas
nuestro departamento, incluso nos imaginé adoptando un perro, invitando a sus
padres a comer, noches interminables haciendo el amor, besos y abrazos hasta
dormirnos.
Así llegué al
departamento, Vicente y Andrea conversaban en el living mientras se tomaban
unas cervezas, me senté en la alfombra frente a ellos, abrí una botella y les
pregunté de qué hablaban.
-
Renuncié el bar. Dijo Vicente. Me ofrecieron
un trabajo mucho mejor, más dinero, más tranquilidad y sobretodo menos
peligros. Yo que tu Agus renuncio también. Continuó.
-
Ahora
que estas con Daniela deberías pensar en volver a estudiar, en buscarte
un trabajo de día, en alejarte del copete y la coca. Agregó Andrea.
La verdad no había
pensado en el bar ni el carrete durante varios días, Dani me hacía feliz, con
ella me sentía completa, pero no era cosa de llegar y dejar el bar, aunque
tampoco era una mala idea.
-
Lo voy a pensar, les dije.
-
No lo pienses, hazlo. Insistió Andrea.
-
Ok. En verdad tienen razón, debería irme
de ahí, así no la cago de nuevo, pero igual voy a darle unos días a Félix para que
encuentre gente. No podemos dejarlo botado los dos. Dije mirando a Vicente.
-
Bueno Agus, haz lo que quieras. Dijeron
ambos casi a la par.
Luego les conté todos
los detalles acerca de mi domingo con la familia de Daniela, de lo buenas
personas que eran y de lo feliz que por primera vez en años estaba. Conversamos
toda la tarde, pedimos unas pizzas para celebrar el nuevo trabajo de Vicho y ya
entrando la noche llegó Daniela que se pudo feliz cuando le conté que estaba
pensando dejar el bar, nunca le gustó el ambiente y no le tenía confianza a
Félix, lo culpaba a él de todos mis excesos, porque aunque intentaba bajarle el
perfil a la situación y simplemente mirar para otro lado, sabía que yo ahí consumía
cocaína, lo que nunca imaginó es que fuera tanto y menos hasta donde estaba
involucrada con todo lo que ocurría en el lugar. Le prometí que le daría una
semana para que consiguiera un nuevo equipo de trabajo y luego buscaría algo
que me mantuviera alejada del carrete. Vicente y Andrea apoyaron completamente mi
decisión. Por primera vez mis mejores amigos y mi novia estaban completamente
de acuerdo. La noche continuó entre cervezas, pizzas, conversaciones y risas.
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Ese miércoles abrimos
como siempre a eso de las 8, como sabíamos que sería una noche lenta nos
preparamos unas piscolas y un par de rayas para animarnos y como decía Félix
“compartir” (bueno es mi despedida de los jales pensé mientras inhalaba ese
polvo blanco que durante años me dio de todo, alegría, éxtasis y también
dolor).
A eso de las 9 de la
noche llegaron las primeras mesas, en una había un grupo de viejos clientes del
local y en la otra una pareja a la que nunca habíamos visto. Ella pidió una
copa de champagne y él un ron con coca cola, me llamó la atención que a pesar
de que pasaba el rato apenas tocaron sus tragos. Pero bueno, no todos eran como
yo o los clientes habituales, la gente hace durar sus copas, pensé. Al tiempo
que iba a la cocina, me armaba unas líneas y conversaba con Félix. En eso, la
pareja me pregunta si tenemos algo para comer.
-
Hoy está cerrada la cocina, le respondí.
-
Estás bien dura, me dice ella.
Sólo atiné a reírme de
manera nerviosa, al tiempo que el grupo de la otra mesa me pedía otra ronda.
Félix me mandó los tragos con dos bolsas de cocaína que dejé disimuladamente
bajo una servilleta. Al regresar a la barra la pareja se pone de pie, sacaron
sus armas y gritando nos ordenaron acostarnos en el suelo.
-
Al suelo, al suelo mierda, manos sobre
la cabeza. Gritaban al tiempo que entraban 4 policías armas en mano.
Todo se tornó borroso, mi
mente estaba en blanco. Los gritos, las armas, los susurros, Félix recostado a
mi lado. Los otros clientes. La policía registrando el lugar.
-
Abre las piernas me ordenaba una mujer,
al tiempo que violentamente me las separaba, comenzó a tocarme a registrar mis
bolsillos. Dos paquetes chicos tiene la princesa dijo en voz alta.
-
Y este otro ladrillo replicó alguien a
sus espaldas al tiempo que lanzaba sobre mi espalda uno de los paquetes que
Félix guardaba en la cocina. Sentí una fuerte patada en las costillas.
-
De pie. Gritaban. Pero a esas alturas ya no estaba segura si me lo decían a mi.
- Párate mierda. Manos en la espalda.
Sentí las esposas frías envolver mis muñecas, estaba mareada. Aterrada. Alguien
tomó mis brazos con fuerza y me puso de pie.
De ahí todo se volvió
silencio. Esta vez sí había cruzado al otro lado de la línea.